SAN JUAN, Puerto Rico -Rusia y Cuba se han envuelto en un flirteo político tratando de restablecer sus antiguos vínculos de la época soviética. El clímax tuvo lugar este mes cuando la Duma de Moscú aprobó la condonación del 90% de la deuda contraída por la Isla, ascendente 35,200 millones de dólares, mientras el 10% restante ($3,500 millones) deberá pagarlo en diez años. El anuncio fue hecho durante la visita del presidente Vladimir Putin a La Habana, simultáneamente con la firma de nueve acuerdos bilaterales.
El dictador Raúl Castro catalogó las concesiones rusas como gesto de “generosidad”. Pero ya sabemos que en política nada se da por nada. Toda concesión tiene un quid pro quo. Los dos países buscan sus propios intereses particulares en este acto.
Desde hace un tiempo, Rusia ha adoptado una política internacional más agresiva, con una clara pretensión expansionista que se ha manifestado claramente en la ocupación militar de Crimea y los conflictos con Ucrania. También desde hace varios años, Rusia ha mostrado interés por aumentar su influencia y presencia en América Latina, sobre todo en el Caribe. Son conocidas sus cuantiosas ventas de armas a Venezuela y Nicaragua, y las negociaciones que ha sostenido con Caracas y Managua, explorando la posibilidad de establecer bases navales en esos países.
El interés también es económico. En su viaje a Suramérica, Putin se reunió con la presidenta de Argentina, Cristina Kirchner, y con la de Brasil, Dilma Riussef. Además se reunió con los presidentes de India, Suráfrica, China, en la Cumbre de llamado Grupo BRICS, con el propósito de fundar un banco financiero internacional con funciones paralelas al Banco Mundial, cuyo objetivo puede interpretarse como una operación para incrementar su influencia económica en el hemisferio y en los países emergentes.
La movida en Cuba es de suma importancia para Putin. El retomar el grado de influencia que tuvieron los rusos sobre la Isla durante la Guerra Fría le proporciona una ventaja estratégica y geopolítica, pues podría contar con la posibilidad de restablecer aquellas bases de espionaje electrónico, navales y militares a 90 millas de los Estados Unidos.
Putin sabe que la oligarquía cubana está muy preocupada por el futuro del subsidio petrolero venezolano. Sabe, además, que para sobrevivir, el ineficiente régimen cubano requiere ser subsidiado y apuntalado por un país extranjero con poder y riqueza. Asimismo, está consciente de que el patrón de conducta de los hermanos Castro es sostenerse en el poder a toda costa, incluso entregando la independencia del país a terceros, con tal de que les garanticen su dominio absoluto sobre el pueblo.
Por su parte, la oligarquía castrista sabe que entregarse servilmente a Rusia puede ser una vía (quizá la única que le queda) para perpetuar su régimen. Necesita de subsidios que le permitan mantener el sistema político de control rígido, represivo y cerrado que les garantiza el poder absoluto. De ese modo, ellos podrían frenar y hasta retirar las pequeñas concesiones económicas a la población, las cuales, a la larga, repercutirían en la creación de mejores condiciones para la libertad individual. Así, pues, ven con buenos ojos la posibilidad de volver a ser lacayos de Moscú.
El próximo acto del contubernio entre la ambición imperial de Rusia y la vileza vende-patria del régimen cubano será la aparición en la Isla de los inversionistas de las mafias rusas, dispuestos a saquear nuestras riquezas naturales y a explotar a nuestros trabajadores. Pronto se verán los militares ‘bolos’ paseándose por las calles cubanas disfrazados de técnicos y asesores. Y veremos la presencia de barcos, submarinos y aviones de combate rusos en nuestras costas. Y hasta quién sabe si, como pago al retornado amo, tengan los jóvenes cubanos que morir en alguna caprichosa guerrita imperial del zar Vladimir Putin.