MIAMI. — En el mar Caribe hay un país donde la propaganda oficial gasta sus magras reservas económicas en venderlo como un jardín paradisiaco. Quienes acceden a los pocos diarios que allí se publican, contrastan la idilica Isla paradisíaca que pinta su prensa cautiva, secuestrada por el Estado, con la triste realidad en que viven sus habitantes.
En Cuba se divulga solamente lo que agrada a los fiscales de la conciencia ciudadana, a los jueces del pensamiento social, a los guardianes de una ideología totalitaria en bancarrota.
En ese país no se celebran elecciones democráticas desde hace más de medio siglo y un único gobierno, un único partido y una única ideología han prevalecido por décadas. En ese país sus ciudadanos han estado sometidos a todo género de atropellos. Hace más de cincuenta años en ese país se impuso un férreo racionamiento de alimentos y toda la infraestructura económica, productiva y de servicios ha permanecido bajo el control del gobierno.
La tradicional separación de los poderes del Estado, requisito básico de la democracia y garantía del respeto a los derechos humanos, es una ficción en ese país. Las leyes las redacta el Estado y se discuten en un parlamento unipartidista, la llamada Asamblea Nacional, donde solo se ha registrado un voto en contra, el recientemente emitido por Mariela, la hija del mandante (quien seguramente está detrás de esa bufonada).
En ese país la disidencia política es asumida como una traición. Es difícil calcular el número de opositores, sin embargo, las oleadas represivas desatadas contra ellos evidencian la preocupación del régimen por la expansión de la disidencia.
Los cubanos aman la libertad, aunque su ejercicio tiene mucho más de fetichismo que de auténtico conocimiento de su significado. Nadie se considera libre en Cuba, ni los comunistas de la vieja guardia ni los de pura cepa ni los reciclados, porque ese término presupone una ofensa a la nomentaclatura y prefieren el término disciplina centralizada.
Por lo general los más humillados e indefensos son aquellos que manifiestan respaldo al régimen, porque repiten consignas con el mismo entusiasmo con que se contorsionan en los conciertos de reggaetón, sin siquiera saber que nueva medida puede beneficiarlos o perjudicarlos.
Hace un par de décadas, la credencial de militante comunista solía tener un éxito rotundo, pero ahora los jeans, los IPod y los celulares han ganado más adeptos.
Por supuesto, nunca faltan los fundamentalistas que han pasado toda su vida predicando la doctrina marxista-leninista y chillando “Yanquis, go home”, los mismos que hoy aceptarían cualquier cosa porque los “Yanquis, come back”.
Si las nuevas generaciones les hubieran hecho caso, todo habría sido diferente porque es muy probable que en vez de andar por las calles “resolviendo” y detrás de la nada, hoy estarían asaltando cuarteles, incendiando comercios y colocando artefactos explosivos en lugares públicos.
Cada vez hay más evangélicos, pentecostales, católicos, santeros y espiritistas que irritan a los fundamentalistas del socialismo porque se entienden con Dios mientras que ellos deben seguir los dictados del Partido.
La juventud cubana hoy quiere viajar, vestir a la moda, acceder a internet, alimentarse adecuadamente, en fin, ser jóvenes y soñar.
Un país como Cuba es una paradoja histórica en las actuales circunstancias del planeta que habitamos.