GRAN CANARIA, España -La presentación en Madrid de La fiesta de la insignificancia, última novela de Milan Kundera, me recuerda la discreta lectura de algunos libros suyos en La Habana donde aún es un autor condenado por la censura, al igual que Guillermo Cabrera Infante y Mario Vargas Llosa, un trío de lujo para los lectores pero incómodo por sus temas y personajes para quienes recelan del humor y desdeñan los relatos sobre déspotas y sistemas cerrados que limitan la escritura.
Si Cabrera Infante redibuja el pasado y derrocha sentido del humor en Tres tristes tigres y en La Habana para un infante difunto, Kundera usa la sátira como centro de sus obras. Su primera novela –La broma– parte de una ironía que arruina la vida del protagonista e invita a no tomar el mundo muy en serio. Los chistes como ángulo para contar la historia del comunismo y la sociedad contemporánea palpitan además en La lentitud, La identidad, El libro de los amores ridículos, El libro de la risa y el olvido, La insoportable levedad del ser y otros de estilo directo, claro, sin adjetivos ni barroquismo.
Alejado de la prensa para evitar “los estragos de la sociedad de la transparencia” y el entretenimiento, Kundera convirtió sus novelas en instrumento de rescate del sentido del humor jugándose hasta el Premio Nobel de Literatura, concedido a autores apocalípticos como el portugués José Saramago o esperpénticos –García Márquez-.
Como sus libros “fueron el símbolo literario de la Primavera de Praga” -1968-, la represión instrumentada por los ocupantes rusos retiró sus novelas de los anaqueles de bibliotecas y librerías, empujándolo al exilio en Francia en 1975 y al olvido en su país natal donde comprendió que el humor “era una señal de identificación muy fiable” bajo el totalitarismo, que “no es solo el infierno, sino también el sueño del paraíso”. Un paraíso perdido para un escritor como él, incómodo en el papel de disidente y seguro de que “una novela no afirma nada, busca y plantea interrogantes”.
A los 85 años y en la cresta de la ola, Kundera huye hacia adelante como un cronista autoconsciente que se nutre de personajes para ilustrar la trascendencia de lo trivial y desmitificar la arrogancia y las absurdas pretensiones del poder. La fiesta de la insignificancia, quizás su última fiesta, ha sido calificada como “un divertimento resabiado, un libro de buen humor, un sermón severo pero no apocalíptico… sino con música festiva de fondo… una diatriba contra el ídolo de barro de la ignorancia… un vodevil para aliviar desengaños…”
En esa novela festiva –tal vez el epítome de su legado literario-, Kundera retorna al sexo y la ironía, la materialidad y la falacia del poder, la chanza frente a la ética y el descreimiento. En cierta medida La fiesta de la insignificancia empalma con La insoportable levedad del ser, en la cual fluye una historia de amor que recrea los celos, el sexo, las traiciones, la muerte y las paradojas de la vida cotidiana de dos parejas de destinos cruzados. Al margen de las diferencias queda un sustrato esencial: anécdotas que atrapan al lector y lo obligan a reflexionar sobre problemas filosóficos y existenciales, a veces trágicos.
Según la crítica, Milan Kundera “finge como nadie la banalidad para esconder en ella la gravedad.” Tal vez por eso su obra, más que checa o francesa, “pertenece a otro territorio, a otra historia, a otro corpus que el de las lenguas en la que ha sido escrita: el espacio transnacional y translinguístico de la novela”.
Como lector de Kundera coincido, obvia decir que creció mucho entre La broma y La fiesta de la insignificancia y que en ese despegue asumido como galope por editoriales e instituciones parte del éxito se debe a la circulación de algunos ensayos suyos –El arte de la novela, Los testamentos traicionados y El telón-, a compilaciones que recogen estudios sobre su vida y obras y las conversaciones que sostuvo con periodistas y traductores como Philip Roth y Christian Salmon, entre estas El oficio, un escritor, sus colegas y sus obras, imprescindibles para valorar su estética y su legado a la literatura contemporánea.