MIAMI, Florida -Los cambios en materia de emigración implementados bajo el gobierno de Raúl Castro llegan a sus dos años. Las expectativas levantadas en torno a este paso, para muchos esperanzador, parecen quedar frustradas al cumplirse el segundo aniversario de un flujo de viajes que ya resulta habitual. La aparente falta de resultados comienza a inquietar a quienes tal vez vieron en esta posibilidad la vía expedita para que la oposición en Cuba desbordara sus actuales límites, creciendo en iniciativas y acciones.
Los criterios negativos generados a partir de esta nueva realidad se enfocan en un punto que no puede ser obviado. Este radica en los planes del régimen para ir transformando sus prioridades adaptándose a las nuevas coyunturas. Un cruce del totalitarismo hacia el modo autoritario de Estado capitalista que hace años se planifica pacientemente y que de acuerdo a las circunstancias potencia la dirección raulista. Con ello no solo buscan mantener preponderancia en el terreno diplomático, sino en el estratégico. Hasta los métodos represivos se adecuan a los tiempos que corren.
Del lado contrario las cosas no cambian tan rápido. Se mantienen tendencias erróneas como la de equiparar los diferentes roles de la sociedad civil de un país carente de cultura democrática por más de medio siglo. Es el primer problema de en este tipo de análisis pesimistas. Pretender que la prensa independiente y otros grupos de la sociedad civil se conviertan en partidos políticos de oposición sería un error que pagaríamos caro en una venidera democracia.
La exposición de los eventos ocurridos es estos meses demuestra que a pesar de las prevenciones lógicas existen motivos para el optimismo. El periodista Iván García lo reconoce cuando evalúa de positivo que decenas de opositores, abogados, periodistas alternativos e integrantes de la incipiente sociedad civil hayan podido capacitarse en el exterior y conocer nuevas herramientas para su trabajo. García, quien colabora para un medio de La Florida, asume que existe un cambio de actitud por parte de las autoridades cubanas hacia quienes ahora escriben desde Cuba para medios externos como Radio y TV Martí. Algo impensable hace algunos años. Un tanto que el periodista acredita a sus colegas en su porfía por mantenerse pese a golpizas y encarcelamientos.
Ciertamente no es lo mismo en el terreno político. Sobre todo cuando el plan de hacer que las cosas se trasformen sin sacrificar su esencia encuentra el espaldarazo de los países democráticos sea por cansancio, conveniencias de sus intereses o simplemente porque los problemas de Cuba no son su prioridad. Que Antonio Rodiles haya presentado al propio Secretario General de la ONU su demanda Por otra Cuba es un acto de valor. En 1988 los disidentes y expresos políticos que pudieron llegar ante la comisión del alto organismo internacional de visita en La Habana para plasmar sus testimonios sobre violaciones de derechos tuvieron una experiencia amarga en aquel primer pequeño paso en el que se inscribe hoy el de Rodiles a mayor escala. PerosSi Cuba sigue sin ratificar los pactos de la ONU firmados por el gobierno no es culpa de la disidencia isleña. Y menos aún de los activistas cívicos y periodistas independientes.
La actitud ambivalente de gobiernos y organismos internacionales explica la sordera que encuentran los disidentes, abogados y activistas de derechos humanos que han llevado a plenarios internacionales la situación de los que en Cuba discrepan con la intolerancia del régimen arriesgando penas de más de 20 años de cárcel.
Si es cierto que el régimen cubano estuvo a punto de ser arrastrado en la caída del sistema soviético, hay que recordar que a su rescate acudieron muchos de los que se presentaban como paladines de la democracia en el mundo. La economía de mercado fue una temprana alternativa a la que apostaron al camino inversionista para llevar la libertad a tierras cubanas, en contradicción con algunos destacados opositores cubanos. Oswaldo Payá alertó hasta el último aliento de su vida contra esta tendencia. El resultado está a la vista: Cuba se encamina hacia un capitalismo ideal para los que quieren economía sin reclamos socio políticos.
Si los cubanos disgustados prefieren seguir mascullando su desacuerdo en la simulación, tampoco es culpa de la disidencia o de los activistas cívicos. Cabe preguntarse si las puertas abiertas con tanta generosidad desde hace décadas a una emigración imparable al final resulta una salida contraproducente para los cambios que se quieren en Cuba. Cuando el régimen se debatía en lo que parecía inminente movimiento popular de descontento recibió el oxigeno de veinte mil visas anuales norteamericanas a las que se suma la avalancha de miles de entradas a pie seco y mojado. Un cuadro desalentador para una formación opositora estable y que puede cambiar radicalmente tras el giro que han dado los acontecimientos por estos días. Que más de 400 cubanos hayan tratado de llegar en diciembre a costas norteamericanas o que en regiones de la zona oriental de la Isla una mayoría solo habla de irse del país (principalmente hacia Estados Unidos), ilustra lo difícil que resulta sostener una lucha teniendo que enfrentar al mismo tiempo la opresión del poder y el desaliento ciudadano.
Entrar en consideraciones de las razones que hacen que las autoridades en la Isla actúen de manera imprevisible y diferenciada con unos en referencia a otros, hace caer en la trampa de divisiones y desconfianzas a que nos quiere llevar la inteligencia al servicio del gobierno. Permitir que unos escriban de manera abierta e incluso que se contraten en medios en el exterior, más que las alarmas comprensibles, debe mover al apoyo externo (e interno) solidario para que la práctica permitida a unos se generalice a todos.
El reto que les queda a los cubanos es formar sus propias entidades políticas, sea en partidos o bloques, sin que ello se haga para recibir el beneplácito externo. Mientras más auténtico sea ese proceso más fuerte y creíble será. Y si en algo puede ser ayudado es precisamente en el respeto de los que desde afuera asistimos al parto difícil de la democracia en Cuba. Las ayudas para efectuarlo sean bienvenidas pero sin que nos lleven a complejos. Ellas salen de contribuyentes ajenos y darles buen uso es lo correcto. Pero lamentar en a pesar de ellas no se logren objetivos presupuestos de manera inmediata, no tiene que quitarnos el sueño. Cuando por estos días se debate el uso multimillonario de esos fondos para proyectos más que discutibles y de los que el contribuyente seguro desaprobaría por razones de mínima ética, se puede comprender que los recursos destinados a los que luchan por la causa de los derechos humanos en cualquier parte es un gasto loable, incluso si tardan en producirse los resultados.
Contrario a lo que opinan algunos, y en referencia a la impresión pesimista bajo el argumento de lo poco que se ha logrado en estos dos años, en Cuba se avanza. No como quisiéramos, pero se avanza. A pasos tal vez demasiado lentos pero en los que importa la seguridad del camino que se está abriendo no para nosotros sino para las nueva generación que ha tenido la suerte de nacer cuando el recorrido por el túnel es menos oscuro y se atisba la salida.