El miércoles, mientras el hombre fuerte de Venezuela Nicolás Maduro prometía más represión para aplastar las incesantes protestas de los estudiantes, el ministro de Defensa de Rusia, Sergei Shoigu, les dijo a los periodistas que Moscú planeaba abrir bases militares en Venezuela, Nicaragua y Cuba. Pocos días después, un barco espía ruso llegó al puerto de La Habana sin anunciarse.
Los sospechosos de siempre de la Guerra Fría están de vuelta. Para ser precisos, nunca se fueron. El ex funcionario de la KGB Vladimir Putin está advirtiendo al presidente Barack Obama que Rusia puede crear problemas en el continente americano si Estados Unidos insiste en solidarizarse con el pueblo ucraniano. Mientras tanto, los envejecidos marxistas de América Latina se están alineando detrás de Maduro, sucesor del fallecido Hugo Chávez.
Rusia y Cuba finalmente están cosechando los beneficios de la revolución que llevan años sembrando en América Latina. Cualquier posibilidad de derrotarlos requiere poner los puntos sobre las íes sobre cómo Venezuela se volvió tan pobre.
Los políticos venezolanos vendieron el populismo de izquierda como la panacea décadas antes de que Chávez llegara al poder en 1999. Llenaron de demagogia a los emprendedores y adoctrinaron a las masas con propaganda anti corporativa. Desde los primeros días de la revolución cubana, Castro fue un héroe en las universidades venezolanas, en donde la propaganda cubano-soviética floreció. Para la década de los 60, los niños fueron catequizados sobre el colectivismo utópico.
El lavado de cerebro se intensificó cuando Chávez abrió a Venezuela a los proselitistas cubanos. A lo largo de este proceso, aquellos con conexiones políticas se hicieron ricos, incluyendo los chavistas. No obstante, hoy una gran parte de la población cree que las empresas son engañosas y avaras. Esta es la razón por la cual será difícil escapar a la soga del totalitarismo. La cultura de la libertad se ha aniquilado casi por completo e incluso si Maduro es expulsado del poder, esa cultura debe reconstruirse desde sus cimientos.
Las redes sociales hacen que sea más difícil ponerle una carita feliz a la tiranía de lo que era en la década de los 80. En aquel entonces, una doctrina como el sandinismo podía ser presentada por Cuba y Rusia a los estadounidenses ingenuos como la salvación de los nicaragüenses pobres, incluso mientras que el ejército sandinista quemaba las aldeas de los indígenas misquitos y arrestaba a campesinos que vendían sus bananas, acusándolos de especuladores.