LA HABANA, Cuba, febrero, 173.203.82.38 -Hace unos días se anunció que, por primera vez, el grupo Interactivo se irá de gira por toda Cuba. Aunque en La Habana tiene desde hace años un numeroso público asegurado, no le faltan admiradores en el resto del país a este notable proyecto musical dirigido por el tecladista Roberto Carcassés. Algo que seguramente ayudará a garantizar el éxito de la gira es el hecho de que algunos de sus integrantes ya son muy conocidos por su desempeño fuera de Interactivo y de que, además, los músicos invitados a actuar con ellos son siempre de una calidad fuera de toda duda y muy aclamados también por su labor particular. Uno de estos convidados, William Vivanco, resulta, desde hace más de diez años, un artista que se ha convertido en una figura imprescindible y de constante crecimiento en la música popular cubana de este siglo.
No en vano Vivanco nació en Santiago de Cuba (1975) y en esa ciudad creció y se hizo músico, pese a que las artes plásticas fueron su primera pasión (y ahora su “violín de Ingres”). Allí formó parte de un coro madrigalista infantil en el que aprendió a manejar su voz y a dominar los recursos técnicos que le han permitido adueñarse de un particular estilo, consiguiendo hacer lo mismo una vocalización árabe que un efecto de percusión con la boca. Además, frecuentando la Casa de la Trova de la calle Heredia (donde conoció a trovadores como Eliades Ochoa, que aún no era mundialmente famoso), enrumbó su vocación y comenzó a tocar la guitarra. Las calles santiagueras lo vieron cantar acompañado por su instrumento, y espacios como las Romerías y el Festival de Cantantes de las Américas, en Guantánamo, empezaron a darlo a conocer a un público más amplio.
Se le considera, con tino, uno de los mayores talentos de la Nueva Trova en la última década, pero no en balde Vivanco dijo en una de las primeras canciones de su primer disco (Lo tengo to’ pensa’o, 2002) que “todo cabe en la boca de mi guitarra”, pues ya desde entonces —luego de explorar diversos ritmos cubanos— se había lanzado a explorar los diversos campos musicales a donde lo llevaron su inquietud y su inconformidad como compositor. De manera que el reggae, los ritmos brasileños o haitianos, igual que la música celta o asiática, el rock y el pop, se han convertido en materia prima para su obra creativa.
Y lo que llama la atención es que en el panorama musical cubano la mezcla y la experimentación con los más variados ritmos y estilos es moneda corriente, pero sería difícil hallar a un cantautor que busque y encuentre en tantos ámbitos sonoros distintos con tanta naturalidad, con tanta aparente facilidad y con un resultado tan genuino. Por otra parte, pocos como él reclaman con tanta insistencia el rescate del tesoro musical que entre las décadas del 30 y el 50 tamaño protagonismo mundial le diera a Cuba y que hoy resulta tan escasamente apreciado. Es por ello que apuesta por la recuperación de los géneros tradicionales, que considera él “la gran cara de la música cubana”. Le preocupa en especial la poca atención que hay por el changüí, ese padre guantanamero del son.
Vino por primera vez a La Habana en 1998, seleccionado para un proyecto nacional gracias al cual entró en contacto con otros artistas jóvenes, músicos, poetas y escritores, pero no fue hasta 2002 que grabó su primer disco. Luego de radicarse en esta ciudad y de viajar con frecuencia al extranjero, se siente obligado, no obstante, a regresar de vez en cuando al Oriente cubano para revitalizarse respirando el mundo sonoro que lo hizo nacer en todos los sentidos y que no puede encontrar en ninguna otra geografía.
Aunque ha participado en varios proyectos colectivos con otros intérpretes (como el CD Trov@nónima.cu, con varios trovadores cubanos) y ha actuado en muchos festivales nacionales e internacionales (como el “Transmusicales de Rennes”, el “Paleo Festival de Nyon”, “Les Nuits de Fourvière” en Lyon o “Les Nuits du Sud” en Vence), William Vivanco no es de los que saca un disco todos los años. De hecho, el segundo, La isla milagrosa, salió en 2006, a cuatro años del primero, y El mundo está cambia’o fue editado a cuatro años del segundo, en 2010. Pero lo cierto es que cada una de estas tres entregas ha sido una espléndida ganancia para nuestra música.
Con Lo tengo to’ pensa’o entró por la puerta ancha de las grandes promesas y regaló un manojo de originales canciones entre las cuales una, Cimarrón, resultó un extraordinario éxito nacional en toda la línea, que hasta los niños canturreaban por la calle y del que se hizo un video clip igualmente señalado. Otro tema, Barrio barroco, sonó muchísimo y dejó versos como: “Están los ávidos de bar, el viejo cuervo, el Don Juan, un millonario, / y todo sigue en su lugar, los adoquines y el pasado, / en este mundo desigual que jode al que está más abajo”.
Si en La isla milagrosa Vivanco apeló a la destreza, la experiencia y la creatividad tan notables de un Descemer Bueno y un Roberto Carcassés para la producción, lo que dio como resultado soberbios arreglos y una sonoridad potente y cambiante (el tema Pilón fue un acierto indiscutible y tuvo después un video clip excelente), para su tercer disco prefirió distanciarse de ciertas tonalidades pop y funky anteriores y sumergirse en un sonido más “santiaguero”, más cubano, con una rítmica más cercana a la tradición, y para demostrarlo bien cierra con una canción cantada a dúo con Eliades Ochoa y su tres, Cajón de muerto. De todas maneras, fiel a su versátil espíritu, incluye Anaconda, un tango de su autoría, con una letra imaginativa, irónica y con pertinencias como: “Un día un diferente dijo, para no callar, / hoy yo tengo mi opinión y te la tienes que bancar, / tengo mi punto de mira colimando al mandamás / y otra visión pa’ avanzar”.
William Vivanco seguirá, si lo quiere el dios que hace a los bardos cantar, sorprendiéndonos con su creatividad de electrón libre a quien ningún género ni parcela cultural puede atrapar. “Soy un negro jíbaro y desfuacatao”, dice una de sus letras. Imprevisible es un epíteto que lo describe con cierto apuro, pero no sin cierta justicia.