LA HABANA, Cuba, agosto (173.203.82.38) – En un país donde desde hace medio siglo viajar al extranjero, y a veces hasta dentro del territorio nacional, es un sueño imposible para la inmensa mayoría de la población, Raúl Castro finalmente se ha pronunciado a favor de reformar las leyes migratorias.
Sin muchos detalles ni fijar plazos, el Presidente anunció en el VII periodo de sesiones ordinarias de la Asamblea Nacional que se estudia la implementación de cambios en las asfixiantes y complicadas regulaciones migratorias.
Los cubanos, para salir de nuestro país, además de la visa del país que intentemos visitar, necesitamos un permiso de nuestro gobierno, conocido comúnmente como tarjeta blanca. Tengo entendido que nuestro país tiene el dudoso honor de ser el único en todo el hemisferio occidental con semejante engendro legal, acompañado solamente por nuestra remota “hermana” Corea del Norte; los dos únicos baluartes del comunismo duro y puro que quedan en el planeta.
El gobierno, principalmente el tenebroso Departamento de Seguridad del Estado, dispone a su antojo quién, cuándo y por cuánto tiempo puede viajar. Los que emigran o permanecen fuera del país por más de los once meses que generalmente el gobierno permite como máximo, pierden todas sus propiedades, que son confiscadas por el Estado, al igual que las pensiones de retiro y hasta el derecho a regresar. Son muchos los cubanos que, a pesar de tener visas de países extranjeros, no pueden viajar porque el gobierno les niega el permiso de salida. Gran parte de ellos son opositores y activistas de derechos humanos, chantajeados por la policía política, que usa el permiso de salida como instrumento de disuasión.
Raúl Castro advirtió que toda resistencia de los burócratas y retranqueros contra las reformas que propone, entre ellas la migratoria, sería inútil. Quizás ahora se levante la prohibición de viajar a la bloguera Yoani Sánchez, o a Eriberto Liranza, dirigente juvenil opositor que fue invitado por el gobierno de Lituania a ofrecer una conferencia sobre los jóvenes cubanos. Lo anterior son solo esperanzas mías, porque hasta el momento no hay más que ambiguas palabras, sin hechos que muestren flexibilización alguna de las odiosas leyes que regulan nuestros movimientos.
Estamos condicionados a que nos den las cosas a buchitos, sobre todo las buenas, que son siempre pocas y tardan mucho en llegar, así que suponemos que la dichosa “reforma migratoria” tarde en llegar y lo haga llena de los truquitos y trampitas, típicos de nuestros jefes.
Tengamos en cuenta que desde hace tiempo el previsor Ricardo Alarcón, advirtió que el gobierno considera peligroso que los cubanos podamos viajar, debido a la posibilidad de que se forme una terrible congestión en los cielos del mundo.
Raúl Castro no parece tener apuro y, aunque solo se concedió diez años de poder para lograr lo que promete, ya ha aclarado en repetidas ocasiones que no es amigo de los cambios bruscos. De cualquier modo, si su plan fuera cumplir sus promesas en orden cronológico, tendría que llegarnos primero el vaso de leche que nos prometió hace varios años, por el que aún esperamos.
La gente en la calle está muy escéptica, los cubanos dudan de cualquier promesa de la familia Castro, y no es para menos luego de tantos años pintándonos castillos en el aire que nunca se materializaron. Ojalá que, al menos por una vez, el General no nos decepcione.