LA HABANA, Cuba, febrero (173.203.82.38) – No sé si aquella foto en la que aparezco como uno de los sobrevivientes del dengue hemorrágico, en 1981, cuelga aún en el mural central del hospital infantil capitalino William Soler. Según mi madre, mostrar los rostros de quienes escaparon a la muerte fue una forma de presentar la derrota de la epidemia, gracias al desvelo de médicos y enfermeros.
Sería una ingratitud de mi parte pasar no agradecer a quienes salvaron cientos de vidas, entre ellos los doctores Durán y Valle, este último ya fallecido. Cómo olvidar las 101 víctimas de aquel brote hace 30 años, que sirvió para que el gobierno cubano acusara a Estados Unidos de “agresión biológica”.
Por la edad que tenía entonces (11 años), los cantos de la revolución comunista y sus líderes me sonaban distantes. Fuese o no otra de las tantas farsas del régimen, luego se comprobó que la enfermedad era transmitida por el mosquito Aedes Aegypti. Desde entonces el control epidémico, incluidas las campañas de fumigación y el auto focal (supervisiones a domicilios y empresas con el objetivo de detectar las larvas del mosquito transmisor del dengue), ha sido una prioridad para el gobierno cubano. Cada vez que se registran casos aislados o sospechas de dengue, el Estado emplea recursos y moviliza trabajadores y estudiantes voluntarios.
Hoy la administración de Raúl Castro se enfoca en aspectos como la rentabilidad y el reajuste de plantillas, sobre todo en aquellos organismos y empresas donde la improductividad, el robo, el desvío de recursos y el éxodo de trabajadores hacia otras actividades, han sido un lastre durante años. Imagino que el programa de lucha contra vectores, que por tradición sufre los embates de la corrupción y el despilfarro de recursos, sin dudas estará sujeto a los reajustes, lo que implicaría debilitar el cerco sobre una enfermedad como el dengue hemorrágico, aún no considerada endémica por las autoridades de salud en Cuba.
En la sección Cartas a la dirección, publicada por el periódico Granma el pasado viernes 28 de enero, aparece una misiva firmada por I. R. León Benítez, titulada: Un programa cuyos resultados no se corresponden con lo invertido.
Según el remitente, quien ha dedicado 45 años de su vida al combate epidemiológico en Cuba y algunos países del área centroamericana, se han dejado de “aplicar las acciones necesarias para controlar y erradicar este vector”.
Aunque la carta no califica como otro mamotreto de quejas y sugerencias, toca el desbalance entre los resultados del programa de prevención y lo invertido; en otras palabras: salarios malgastados (400 o 500 pesos mensuales) en empleados que se interesan más por robar los insecticidas y combustibles importados.
Sería inapropiado a estas alturas reducir el presupuesto del combate epidemiológico, aún cuando en éste perduren deficiencias de todo tipo y el hacinamiento y la insalubridad en la población ganen terreno.
Hace apenas dos años, precisamente en el último trimestre del año 2009, el país enfrentó un brote severo de dengue, principalmente en las provincias de Santiago de Cuba, Camagüey, Guantánamo, Villa Clara y La Habana. En diferentes comparecencias por televisión, los epidemiólogos Daisi Figueredo, Ángel Manuel Álvarez y René Gato, este último especialista del Instituto Pedro Kouri (IPK), dijeron que este brote pudo ser importado por colaboradores cubanos en Centroamérica.
Por esa misma fecha aparecieron los primeros casos de la gripe H1N1 en Cuba y la Dirección Nacional de Salud Pública registró alrededor de 3 mil infestados por conjuntivitis hemorrágica en país.
Estemos o no a las puertas de un “reordenamiento” en el sector de la salud, las autoridades deberían considerar que, en las precarias condiciones actuales de Cuba, cualquier enfermedad puede burlar los mecanismos de control y erradicación. Como de costumbre, si ocurre, la revolución montará su ofensiva, sobre todo la mediática.