LA HABANA, Cuba, septiembre (173.203.82.38) – Francisco Tarragó fue un militante comunista ejemplar. Un “cuadro” honesto, especie en peligro de extinción. Sus cualidades humanas y su postura equitativa cada vez que un compañero sufría las prepotencias e injusticias de los jefes, lo llevaron a ganarse el respeto de todos.
Sufrió prisión durante la dictadura de Batista debido a sus actividades dentro del Movimiento 26 de julio. Después de 1959 pasó a integrar las filas de los leales al nuevo gobierno. Desde entonces, sus compañeros lo apodaron “el cuadro”.
Para elegir, tuvo en sus manos las llaves de varias casas confiscadas por el gobierno a personas que se fueron del país. Pudo haber elegido un buen apartamento, pero prefirió alojarse junto a su mujer y tres hijos, en una humilde vivienda de dos cuartos en la barriada obrera de Luyanó.
Trabajó en la Dirección Provincial del Partido Comunista hasta los años 90, cuando prácticamente lo obligaron a retirarse. Pero “el cuadro” no se sentó a esperar a que le llenaran la boca. Buscó un trabajo de camarero en la posada (motel) Edén Abajo, en el municipio de Guanabacoa. Un trabajo que le dejó buenas ganancias. También allí defendió de los oportunistas a los trabajadores y se mantuvo siempre al margen del relajo y el libertinaje que en ocasiones se suscitaban en la posada.
Cuando apretó el déficit de viviendas, ante su incapacidad para construir nada el régimen decidió utilizar las posadas de La Habana para albergar a las personas que quedaban sin hogar por diversos motivos. “El cuadro” y sus compañeros fueron despedidos y enviados a sus casas a esperar la reubicación. Corría el año 2003.
Harta de la miseria en que se hundían cada vez más, la mujer de Tarragó decidió irse a Estados Unidos donde vivía su madre. Pese a que él no estaba de acuerdo con la partida, no tuvo más remedio que aceptarla.
Cinco años después, el resto de su familia se fue y quedó solo, esperando la reubicación laboral. Aunque movió sus contactos, no consiguió otro empleo y tuvo que adaptarse a sobrevivir gracias a las remesas que le enviaban desde Miami.
Un día se enteró de que la Asociación de Combatientes de la Revolución le preparaba la jubilación. Cobraría un salario de 265 pesos, poco más de diez dólares. Su vivienda se caía en pedazos y sus compañeros de lucha y trabajo morían unos, y otros abandonaban el país por distintas vías. Tarragó no encontraba dirección para su vida y la revolución no le ofrecía ninguna.
Se levantó una mañana del año 2009 y llamó a sus familiares para comunicarles su intención de reencontrarse con ellos. Se sentía traicionado y abandonado por los compañeros del viaje revolucionario. Las decenas de cartas que había enviado al Comité Central planteando su situación no tuvieron respuestas.
Hoy, Tarragó vive en Miami, feliz y contento. Trabaja en un negocio familiar de comida y hasta tiene Medicaid y Medicare, que le cubren todas sus necesidades de salud. “Los malos”, como irónicamente llama a los americanos, le dieron la oportunidad que la revolución le negó: volver a vivir.
“No me cuesta darles las gracias a pesar de que, por ignorante, los odié ciegamente durante mucho tiempo”, dice, y al hacerlo vuelve a dar fe de su honestidad.