CIENFUEGOS, Cuba, mayo, 173.203.82.38 -Un mar de pueblo se desplazaba por el Boulevard, en Cienfuegos, en busca de un presente para obsequiar. Todos miraban, pero casi nadie compraba; la queja gravitaba en el aire.
No era preciso que el calendario me recordara la trascendencia de este segundo domingo de mayo. Desde que tengo conciencia espero estresado el día de las madres. Este año desde una semana antes comencé a preocuparme, pues sé que milagros como aquel de multiplicar panes y peces hace mucho que no se ven. Intentar comprar tres regalos con la ridícula cifra de 12 dólares, requiere un milagro análogo.
Soy de los afortunados que aun pueden recostar la cabeza en el regazo de su madre. Tengo por añadidura la suerte de disfrutar de un matrimonio sólido, – va para 24 años – experiencia que casi siempre es acompañada por ese incomprendido componente familiar que es la suegra. Si sacan cuentas, ahí quedan contemplados mis tres regalos.
Luego de persignarme me lancé a la calle. Intenté convertirme en el observador que nunca he sido, para ver si descubría entre las manos de cualquier transeúnte el obsequio que se ajustara a mi gusto y, más importante, a mi presupuesto. Conciliar ambos casi siempre resulta una misión imposible.
El instinto me llevó hasta el Boulevard donde está enclavada el área comercial de la ciudad. La primera que visité fue “La Escuadra”, una tienda que vende en moneda nacional. De inmediato lo evidente me saltó a la vista y dio en pleno rostro como una bofetada; apenas había productos nuevos y los precios se habían disparado, lo que me complicó el juego. Sin embargo no me desanimé y continué mi exploración.
El área estatal de la tienda estaba vacía. Sin embargo, la parte destinada a los cuentapropistas (comerciantes privados) bullía. Pregones, regateos, márquetin callejero, todo valía. Era “ahora o nunca”, era el momento de los vendedores para salir del grueso de la mercancía. En un espacio asfixiante de dos metros de ancho por quince de largo un ejército de artesanos, bisuteros, floristas, anticuarios, buhoneros, fotógrafos, vendedores de libros, competía por atraer al potencial cliente. Nada de lo expuesto me satisfizo, por lo que allí me fui sin regalo.
Le tocaba el turno a “El palo Gordo”, la tienda estrella del comercio estatal cienfueguero. Esta parecía un desierto, allí no había cuentapropistas ni nada nuevo que mostrar, por lo que entré y salí inmediatamente. Fue entonces cuando quise probar suerte en las “shoppings” y me encaminé a “La Casa Mimbre”
Contrario a lo que ocurre en cualquier país del mundo, donde en días como éste las tiendas realizan promociones especiales y los precios reciben rebajas importantes, en Cuba, como consecuencia del desbalance que existe en la oferta y demanda, donde la primera siempre anda por el subsuelo, los precios tocan las nubes. A los productos de mucha demanda llega a doblárseles el precio. Un tazón de cerámica, similar al que mi esposa me regaló el año pasado por mi cumpleaños, por el que pagó un dólar, parecía sonreírme maliciosamente desde un anaquel con su letrerito de dos dólares colgado del asa. Contrastando con el desabastecimiento que se observaba, el área de la Western Union estaba abarrotada de personas cobrando sus remesas familiares enviadas, quizás por los hijos, desde el extranjero.
Las personas se apiñaban frente a un mostrador del área de perfumería. Un señor maduro que hacía cola a mi lado me indicó era la mejor opción. El precio de la mayoría de los perfumes, cremas para la piel, champús y desodorantes, oscilaba entre tres y cinco dólares, asequibles para mi bolsillo. Presto a comprar dudé: ¿Y si no les gusta? ¿Y si ya tienen? ¿Y si gasto el dinero y luego aparece una oferta mejor? No me pude decidir.
De vuelta a la calle tome aire. Una multitud de personas se disputaba las últimas flores que le iban quedando a una florista. Imperaba la ley del más fuerte y ya un ramillete de margaritas mustias costaba quince pesos cubanos. Vendedores furtivos sin licencia para ejercer el oficio, surfeaban en las esquinas evitando a los inspectores.
Al llegar a mi casa, frustrado, tome la decisión que me pareció más sabía: le di los cuatro dólares correspondientes a cada una de las tres mujeres, para que se comprasen lo que fuera de su agrado. Aliviado respiré hondo.