LA HABANA, Cuba, agosto, 173.203.82.38 -A pesar de las preocupaciones por la cercanía de la tormenta tropical Isaac, deben haber sido pocos los cubanos que, en días pasados, lograron contener las ganas de intercambiar algún chiste burlón ante ese circo de barata propaganda mediática al que los medios oficiales de aquí llaman la activación de la Defensa Civil.
Algún cubanólogo amante de los balances y las estadísticas económicas debiera calcular los gastos que en circunstancias tales exigen realmente las evacuaciones de personas y el resguardo de bienes materiales, así como la necesaria orientación informativa a la población. Y luego, sería provechoso que se intentara establecer comparaciones entre lo que puede ser su costo real y el derroche de recursos que se gastan los caciques tan pronto empieza a soplar cualquier viento platanero cerca de nuestras costas. Lo más seguro es que la diferencia resulte escandalosa.
Ya se sabe que ese despliegue circense de la Defensa Civil en tiempos de catástrofes es otro de los tantísimos engendros de Fidel Castro. Inventado justamente a su medida, con el centro de pronósticos del Instituto de Meteorología convertido en un gran set para el ejercicio de su histrionismo y de su petulancia dictatorial, pudo quedar como un capítulo extraviado de la historia del teatro bufo criollo.
Pero como casi todos los engendros fidelistas, lejos de pasar a la historia después de la retirada del líder de los primeros planos, ha ido a formar parte de los objetivos de eso que graciosamente llaman la actualización del modelo socialista cubano.
Es el cambio de la vaca por la chiva, como dicen los guajiros. Aunque al menos hay que agradecer las ganancias que reporta al licenciado José Rubiera, nuestro especialista estrella, para quien debe haber sido muy difícil pasar años lidiando con los ciclones y, a la vez, con el cargante Meteorólogo en Jefe, que se le colaba en sus predios para arrebatarle constantemente la palabra, acosándolo con preguntas absurdas y metiendo la cuchareta sobre cualquier asunto ajeno a la situación meteorológica, con lo cual dejaba perplejos y desinformados a los televidentes.
Por lo demás, no ha cambiado en lo esencial el circo de la defensa civil para tiempos de catástrofes naturales. Rubiera, al fin solo, puede concentrarse mejor en su tarea. Pero a los viejos caciques que aún se mantienen en activo no hay quién les prive del gustazo de entrar en combate (aunque sea de mentirita), vestidos de campaña y debajo de la llovizna, protegiendo a la gente contra el enemigo invasor, igual que los antiguos dueños de ganado (ancestros suyos en buen número) ponían bajo amparo sus vacas y caballos y gallinas ante la amenaza de un ciclón.
Perdidas ya para siempre sus posibilidades de organizar guerras y guerrillas en medio mundo, y desinflado el globo de la invasión militar yanqui, sólo les quedan para entretenerse los llamados Días de la Defensa (parte del mismo capítulo extraviado del bufo criollo), y los escasos huracanes que últimamente pasan por aquí.
La vejez es una enfermedad incurable, nos dejó dicho Terencio. Y quizá esté bien que así sea, siempre que lleguemos a viejos después de haber vivido más o menos cabalmente. Malo sería envejecer antes de llegar a viejos. Y peor que malo, dramático, patético, resulta no percibir o no aceptar el arribo a la incurable vejez.
Como la inocencia es lo único que salva a los niños de esa innata propensión humana al egoísmo e incluso a la crueldad, quienes no saben envejecer suelen comportarse como niños, pero sin inocencia. Son egoístas y crueles en actitud de alevosía.
Esto explica en algo (aunque sea sólo en algo) la euforia que no pueden ocultar los viejos caciques cuando los ciclones chiflan en nuestra dirección. Llegó para ellos la hora de salvar nuevamente a la patria. Han mantenido, mantienen y sueñan con mantener a millones de cubanos en la más bochornosa miseria, les coartan sus derechos más elementales, los reprimen, nos les permiten siquiera pensar, les imponen el atraso, el dogma, la desinformación y el odio fratricida como normas de vida y aun como cultura. Pero, eso sí, ante la cercanía de un ciclón, todos sus animalitos del corral pueden estar seguros de que no perecerán ahogados.
Claro que como siempre viene bien ligar lo placentero con lo beneficioso, los caciques han aprendido a sacarle buena lasca al circo de la defensa civil, sobre todo en materia de propaganda internacional, sobre todo entre sus amigotes socialistas del siglo veintiuno. Al igual que Sancho Panza, saben que el enfrentamiento no es contra gigantes sino contra molinos. Pero no van a ser ellos los que echen a perder la novela. Serán enfermos de incurable ancianidad, pero no bobos.
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