PUERTO PADRE, Cuba, julio, 173.203.82.38) – Opositores integrantes de cierto partido político llegaron a mi casa el lunes. Venían a decirme que no bastaba con lo que escribía y, a título personal, me solicitaron que asumiera una posición de liderazgo como hombre público.
También el pasado lunes quedaron constituidas aquí y en todo el país las comisiones electorales municipales para que, en el sui generis proceso de comicios en la isla, se elijan a los delegados de las asambleas municipales del Poder Popular.
Le pregunté a los opositores si ellos votaban. Me dijeron que jamás.
La relación de nombres y apellidos, aparecida en la página seis de la edición del sábado 24 de noviembre de 2007 del periódico Juventud Rebelde -comparada con la que se publicó en ese mismo diario en la página cuatro del viernes 21 de mayo de 2010- quizás sea lo que conduzca a cometer el error de no ir a las urnas.
Es cierto, los nombres y apellidos, repetidos en ambos listados, traen a la memoria las nóminas de pago de una empresa en la que nunca se producen despidos.
Pero ahí está la trampa: Reducir a la nada un poder cívico tan importante como es el ejercicio del sufragio.
“¡Total, si es más de lo mismo!”, se dice sin comprender, y todos se convierten en mero rebaño de matadero.
Según la anterior división político-administrativa, Cuba estaba dividida en 14 provincias y 169 municipios. De ellos, del 2007 a 2010, movieron de sus sillones a 118 presidentes de gobiernos municipales, fueron “reelectos” 89 presidentes, mientras que 29 vicepresidentes fueron promovidos al despacho del jefe. Todo esto, unido a 52 vicepresidentes “reelectos”, completa la estupenda suma de 170 presidentes o vicepresidentes de gobiernos municipales que gobernaron como si las cosas marcharan sobre rieles y no estancadas como un tren descarrilado.
Repito, esa es la trampa: Hacer que a la gente le dé lo mismo una cosa que otra por el aquello de que todo proseguirá igual.
Pero… ¡cuidado!, las cosas se pueden hacer mejor.
De los 8, 562,270 empadronados, según la Comisión Nacional Electoral, en 2010 solo votaron 8, 207,946 electores; es decir, no votó una población similar a la que habita en la provincia de Cienfuegos, Sancti Spíritus, Ciego de Ávila, Las Tunas o Guantánamo.
Eso está bien, pero pudo resultar mejor.
Anularon sus boletas, dejándolas en blanco o marcándolas como les vino en gana 729,586 electores, una población muy superior a la que hay en provincias como Pinar del Río, la entonces provincia La Habana, Matanzas, Villa Clara o Camagüey, y muy cercano a la población de Holguín (784,492 habitantes) o Santiago de Cuba (781,935 personas con derecho al voto, según cifras oficiales de 2010).
Se abstuvieron o votaron con boletas en blanco 1,083,510 electores. Eso es como si dos de cada tres habitantes de la entonces provincia Ciudad de la Habana con derecho al sufragio hubieran dicho “No”.
Luego de escuchar esas cifras, uno de mis visitantes dijo: “Usted tiene razón, hay que ir a las urnas diciendo NO en las boletas. Pero el Gobierno tiene que permitir observadores internacionales imparciales, si no de nada valdría votar y es mejor quedarse en casa”.
Le respondí: “La gente todavía tiene miedo. El liderazgo que ustedes buscan está en el pueblo. Pero de hoy para mañana los cubanos no van a gritar en las calles lo que murmuran en sus casas. Ya que no pueden expresarse abiertamente, consigan que digan en las boletas lo que murmuran. Y para eso, más que un liderazgo, lo que necesitan los cubanos es empezar a dialogar”.