LA HABANA, Cuba, octubre, 173.203.82.38 -Cuando mi vecina María Elena regresa de la bodega, siempre la escucho renegar: “Si por algo quisiera que quitaran la libreta de racionamiento, es por no entrar a esa bodega.”
No sé si esto lo dice por lo exiguo de la cuota o por el grado de destrucción en que se encuentra el establecimiento, provocado entre otras cosas por una inmensa y opulenta ceiba, cuyas raíces se han extendido durante años por la acera, fracturándola y levantándola; lo mismo ha sucedido en el portal del establecimiento. Además, los techos de viga y loza se filtran a raudales, y solo una de las tres puertas se puede abrir. Los estantes, por su parte, están rotos y vacíos. Pero no es este el único establecimiento que presenta esta deprimente situación. No son pocos los que se han derrumbado o están en peligro de hacerlo.
Durante el año 1968, con la última “ofensiva revolucionaria”, el Gobierno acabó de intervenir todos los pequeños negocios del país. A los dueños que vivían en ellos, en su mayoría inmigrantes españoles y chinos, se les permitió quedarse, aunque en un espacio muy reducido. Aún hoy, sus descendientes sufren las consecuencias del deterioro de estos locales inhabitables.
Estas viviendas ubicadas dentro de bodegas, almacenes y establos, fueron clasificadas por el Estado como accesorias; y en Cuba existen 6381, de las cuales 2820 están en La Habana.
Sin embargo, en los últimos tres años, hemos visto cómo parte del área de muchos de estos depauperados establecimientos se ha puesto a disposición de empleados con cierto rango en el Comercio Interior para que los conviertan en viviendas, otorgándoles la llamada Licencia de Adaptación de Local, así como facilidades para adquirir los materiales, y hasta algunos portales han sido transformados en garajes.
Sin embargo, a quienes en verdad tienen este derecho – los herederos de los antiguos dueños–, el gobierno no les brinda esta oportunidad. Raulito es uno de ellos. Sus padres ahorraban hasta el último quilo para comprar una casa, y ya estaban a punto de lograrlo cuando les quitaron la bodega. Su rostro se entristece cuando me cuenta que por eso su madre se enfermó, y alza su mano hasta la sien, y con el dedo índice hace un pequeño giro.
Pero por muchas gestiones que ha hecho, Raulito no ha podido conseguir la licencia para adaptar el local donde vive – la diminuta trastienda de la bodega de sus padres–, separada de esta por una división de madera que ni siquiera llega hasta el techo. La entrada es por un estrecho pasillo de servicio ubicado al fondo.