LA HABANA, Cuba, octubre, 173.203.82.38 -Crispín, un habanero jubilado del sector de comercio, que vive con su esposa Margarita y su nieto en Jaimanitas, cuenta su disgusto por un suceso ocurrido hace poco, que, según dice, casi le provoca un infarto.
Hacía un mes que su hijo lo había llamado por teléfono de Miami para decirle que el PlayStation prometido a su nieto ya estaba en camino. El pequeño soñaba todos los días con el momento de tener en la mano su juguete, para, igual que algunos de sus amiguitos de escuela, navegar en el fantástico mundo de los zombis, los gigantes y las peleas de kung-fú. Pero sufrió una decepción muy grande cuando, por fin, se apareció la camioneta de la firma Cubapack con el regalo.
Dos uniformados altos, casi del tamaño de los gigantes de los juegos de videos, colocaron sobre la mesa del portal el tan esperado PlayStation. Y luego de hacerle firmar unos papeles, le comunicaron a Crispín que debía desembolsar 130 pesos para que le entregaran el juguete.
Él no entendía por qué debe pagar nuevamente por un servicio que ya había sido pagado por su hijo en Miami, pero prefirió no turbar la gran alería que mostraba el nieto. Como no cobrará su pensión de jubilado hasta el día primero del mes siguiente, juntó todo el dinero que tenía, más el que Margarita guardaba para las compras de la casa, y logró llegar justamente a la cifra exigida por los empleados de la firma distribuidora de paquetes: 130 pesos. Pero la gran sorpresa estaba por llegar: cuando fue a pagar, los empleados de Cubapack le aclararon que no eran 130 pesos cubanos, sino 130 cuc (3.200 pesos cubanos, equivalents a más de un año de su pensión).
El ex bodeguero enrojeció como un tomate y su presión arterial se disparó hasta las nubes. “¿130 cuc? ¿Tres mil doscientos pesos por un equipo que ya fue pagado por mi hijo en Miami? ¿Ustedes están locos, o son un par de rateros autorizados? Claro que no lo voy a pagar, no lo puedo pagar. Llévenselo de vuelta, pero envíenlo otra vez a Miami, no vayan a robarselo, porque mi hijo trabajó mucho y se sacrificó para enviarle ese regalo a mi nieto”.
Los gigantes, sin decir una palabra, recogieron el equipo, regresaron a la camioneta y se marcharon. El pequeño se echó a llorar y corrió tras ellos hasta la calle, sin entender qué pasaba, pero el auto se alejó sin que su pataleta lograra detenerlo. Al regresar a la casa, Crispín no supo como explicarle que eran leyes abusivas, impuestas por un gobierno al que nada importa el bienestar del pueblo, para exprimir hasta el ultimo centavo a los exiliados, encargados ahora de mantener la dictadura con sus envios y remesas. Así que se limitó a murmurar que los que se llevaron el PlayStation eran unos hombres malos y abusivos. Luego se tomó otra dosis de sus pastillas para el corazón.
Parado en el portal, aun llorando, el niño, en su fantasía, tal vez accionó los mandos de un PlayStation imaginario, convirtiendo a la camioneta de Cubapack en una cucaracha y a los gigantes en ranas. Después, con un super poder, los hizo volar en pedazos, y regresó al patio, a jugar con su chivichana.