LA HABANA, Cuba, febrero (173.203.82.38) – “Es una tarde donde se rompen mitos y se cumplen sueños”, dijo con cara de cumpleaños el escritor Leonardo Padura el martes 16 de febrero para describir el lanzamiento de su novela “El hombre que amaba a los perros”, en la Feria del Libro de La Habana.
Y no es para menos, todo depende del tamaño de los sueños y la parsimonia (por no decir otra cosa) del cubano que todavía crea que la censura es un mito y que los muertos salen. Está bien que luego de más de medio siglo de presentarnos a los cubanos como “errores” las atrocidades luciferinas del camarada Stalin, del estalinismo se diga todo y se diga más, pero este no fue precisamente el caso. La mayoría nos quedamos con las ganas de escuchar unas cuantas verdades más que las que dijo el diplomático Raúl Roa Kourí.
El ex embajador cubano en Francia y representante ante la UNESCO afirmó: “Los hechos que narra Padura, por más dolorosos que sean, por más cercanos que resulten sus reflejos en nuestra sociedad, que efectivamente durante demasiado tiempo se inspiró y a veces calcó el históricamente ineficaz modelo soviético, sobre todo en el aspecto económico, en ciertas políticas intolerantes, que entre otros conllevaron la homofobia, el llamado quinquenio gris y engendros como la UMAP, amén del pernicioso dominio de una burocracia inepta y conservadora, que sigue pesando sobre todas las cosas como un lastre inservible, no me mueven a la desilusión, ni a la renuncia de la utopía”.
¡Qué constancia, cuánta fe en la revolución! ¡Optimistas que son algunos! Pero no los envidio. De ningún modo la maldad de los que mienten me hace feliz. Ni aunque me sigan prometiendo el paraíso proletario, ahora actualizado y con timbiriches. No, aunque me juraran que mucho han cambiado.
Envidia daban los que pudieron llevarse el libro a sus casas. Los demás, aunque Padura nos deseó suerte, quedamos a la espera de poder comprar por la izquierda (qué mano mejor si hablamos de los camaradas Lev Davidovich y Iosif Visarionovich) y no demasiado caro algunos de los cientos de ejemplares que dicen se robaron de la imprenta “Federico Engels”.
¡Señal de los tiempos! Antes, si publicaban por error o por tener los comisarios la guardia baja, un libro como este, lo recogían y lo convertían en pulpa. Ahora lo revenden.
Ya que no pudo estar en la presentación el inefable ministro de Cultura, Abel Prieto –por encontrarse a la vera del Comandante, escuchando su monólogo ante un grupo de escritores-, Padura se conformó con que estuviera presente el viceministro Fernando Rojas, con una sonrisa como la del gato de Cheshire, mientras miraba el salón como deseando que mejor estuviera ocupado, antes que por tantos revisionistas, por una rueda de casino, o una brigada de respuesta rápida.
También estuvo presente el escritor Reinaldo González, Premio Nacional de Literatura, cuya niñez camagüeyana, según confesó, estuvo vigilada desde un cuadro en la pared por la mirada adusta del Tío Pepe Stalin, como anunciando lo que le esperaba en los malos tiempos del Decenio Gris gracias a una pandilla de cuadros del Partido Único metidos a comisarios culturales. ¡Cómo para ahogarse en la Laguna de la Leche, ay Miguel Barnet! Pero eso no lo dijo Don Reinaldo, que habló de otras lagunas como si tal cosa, sin meterse en lo hondo, porque aspira a que lo dejen escribir en paz y seguir de director de La Siempreviva.
De eso se trata, de simular que se dice mucho, cuando en realidad es sólo hasta donde exactamente se puede y conviene a los nuevos aires. Por mucho que Leonardo Padura anuncie la rotura de los mitos, nadie quiere chocar con el cartel que dice ¡peligro! Si lo sabrá Padura, que mira Mantilla por la ventana mientras escribe, oye gemir a los perros y, olvidado de Calderón, sueña que se cumplen sus sueños.