NUEVA YORK, Estados Unidos, www.cubanet.org -La película Pablo nació de un proyecto premiado en el año 2009. Fue estrenada en el Festival de Nuevo Cine Latinoamericano, en diciembre de 2012. Yosmani Acosta debutó, con ella, en los roles de director, productor y guionista, luego de una maestría en la Escuela de Nuevas Tecnologías de Madrid. Pablo ha participado en varios festivales y ha obtenido, por ejemplo, premios a Mejor Director y Mejor Actor Secundario (Omar Franco) en el famoso Festival Internacional de Cine de Nueva York.
En hora y media, el filme nos relata una historia desoladora con descarnado modo: el niño Pablo, tras perder a su madre y a su abuela materna, tiene que irse a vivir con el padre, un hombre sin escrúpulos ni sentimientos ni nada. La propia exageración truculenta de la anécdota, encamina la película por una lógica que roza la historieta de educación sentimental(oide) y el culebrón de rancia estirpe latinoamericana. La violencia familiar puede ser muy triste, pero un guión descuidadísimo y una pobre dirección actoral pueden también arrancar lágrimas, aun si el problema radica en la inmadurez del realizador.
La cuestión está en que Pablo nos hace pensar en dos desastres: el primero es el de la familia cubana, sobre todo entre los sectores más empobrecidos económica y éticamente de la sociedad, y el segundo es el desastre del cine cubano. En cuanto al primero, esa inmensa mayoría de familias cubanas que sobreviven al margen de toda ley —pues no hay leyes justas que apoyen su estructuración y su progreso, sino leyes para depauperarlas aún más y privarlas de muchos valores morales elementales— no son sino el síntoma primordial que describe cuán enferma está nuestra sociedad.
Pero la película se queda en la superficie del problema, por desgracia, aunque tiene el mérito de ilustrar y llamarnos la atención sobre la sórdida tragedia de un niño en manos de un padre despreciable, pese a la endeblez caricaturesca de los diálogos, gracias a un buen trabajo del niño Javier Díaz, soporte de la trama, y de Omar Franco, como padre, que brilla sobre todo haciendo que suene natural un lenguaje que, pretendiendo ser “realista”, es artificial hasta el asombro.
Según el director, Pablo “es un drama social, pero quisimos contar la historia de otra manera. Parece una película de acción, por la forma en que está narrada, pero está dirigida a los padres; es una película de niños (participan casi trescientos), pero no es para ellos”.
En cuanto al segundo desastre, el del cine cubano actual, lo notable no es la frágil realización de esta película, sino que, a pesar de ello, resulte preferible a esos filmes hipócritas y de mejor factura y mayor astucia que abundan en el cine cubano desde hace años, porque por lo menos en Pablo hallamos algo de pasión, un asomo de honestidad que no podemos encontrar sino en el audiovisual independiente realizado por los cineastas más jóvenes, aunque Pablo no resulta en realidad una producción independiente.
Está muy bien que la película haya sido rodada por entero en Camagüey y con escaso personal procedente de La Habana. Está muy bien que, como dice el director Acosta, “queremos demostrar que sí se puede hacer cine fuera de la capital. En el país”, añade, “hay muchos realizadores, y ojalá llegue pronto el momento en el que el ICAIC tenga varias películas hechas en otras provincias en su cartelera de estreno. Pablo es una apuesta por esa posibilidad”.
Pero, si uno recuerda que el cine cubano actual es en general muy provinciano, las palabras de Acosta pueden sonar confusas, porque se supone que el propósito deba ser hacer cine en cualquier lugar, haciendo de lo específico algo universal. Y creciendo artística y técnicamente, buscando una mayor calidad. Que una película con tantos problemas como Pablo obtenga premios de jurados y reconocimiento de público no es nada raro, pues a veces se premia y se reconoce más la intención que el resultado.
No está mal que, según Acosta, “el cine no es para el director, sino para el público”. No está mal decir que “personalmente hago proyectos que me gustan, pero estoy convencido de que son para el espectador, no para mí”. Pero después de ver Pablo, eso suena un poco demagógico, bastante facilista y hasta autoindulgente, aunque parezca contradictorio.
Ojalá que Yosmani Acosta se convierta pronto en un director a la altura de su pasión y que crezca hasta el arte sin descripciones estrechas. Por el momento, los premios a su ópera prima en Nueva York le están abriendo nuevas oportunidades y ya se encuentra preparando su próxima película.
Aunque no ha dado muchos detalles todavía, Acosta asegura que ya casi tiene terminado el guión. El tema de su segunda película será la emigración. “Y no solo la cubana”, adevierte. ¿Qué quiere decir con “no solo la cubana”? Yosmani Acosta dice inclinarse por los temas sociales, por la reflexión más allá de la diversión y confiesa que “tomando partido logró sensibilizar a la audiencia sobre determinados problemas”.
Esta última fórmula puede aumentar la confusión sobre su estética, pero esperemos que la toma de partido sea, ante todo, por el buen cine.