LA HABANA, Cuba, junio (173.203.82.38) – Siempre se ha comentado a nivel popular que en La Habana es relativamente fácil limpiar de antecedentes penales la ficha de cualquier persona, por muy manchada que la tenga. Basta con deslizar unos billetes por la izquierda a determinados individuos con las influencias o con los contactos idóneos. Se trata de una práctica que –tal vez por socorrida- es vista aquí como algo común.
Mucho más raro podría parecer que también sea posible y aun corriente invertir la operación, o sea, que le ensucien a uno el expediente agregándole antecedentes penales que en realidad no tiene, siempre con el billete de por medio.
¿Y por qué razón alguien pagaría para que le manchen su expediente con cargos por infracción de la ley que nunca cometió? Más que común, la respuesta es elemental entre nosotros, tanto que la pregunta podría ser tomada como ingenua.
No sé si este sea el único país en el mundo en que los antecedentes penales sirven como credencial para la obtención de un derecho humano que por regla general se les niega a las personas, o al menos se les escamotea y pospone. No me extrañaría que lo fuese, ya que es el único país en que todo, absolutamente, se supedita a la política, o mejor, a los dogmas políticos de una dictadura.
Hablo, claro, del derecho a viajar libremente, hacia donde uno quiera y en el momento en que se le antoje, siempre que tenga dinero suficiente para pagar el boleto.
En Cuba, si has sido preso político, si perteneces a un partido de la ilegal oposición, o si, en su defecto, encuentras el modo de demostrar con papeles que has hecho cualquier bobería que la dictadura catalogue como contrarrevolución, pueden facilitarte oficialmente los trámites para que vueles lejos, mientras más lejos mejor. Pero, eso sí, tendrás que irte sin boleto de vuelta.
Esta es una de las innumerables abyecciones que practica el régimen para humillar a todo el que se le oponga en forma declarada y activa. Y es además una doble jugada de su parte, ya que al tiempo que anula a los auténticos luchadores pacíficos por la democracia, desterrándolos, también se venga de ellos, agriándoles la vida, traumatizándolos, toda vez que les impide regresar a su tierra.
No obstante, a muchos opositores no les ha quedado otra alternativa que acogerse a la coyunda. Y para ello han contado no sólo con la generosa hospitalidad de algunos países, sino incluso con la ayuda material de organizaciones que facilitan el proceso de exilio, sea por simpatías políticas o por humanitarismo.
Con lo que no contaron esos países y organizaciones es con la eventualidad de que algunos pícaros de aquí descubrieran en su apoyo el filón que estaban buscando para escapar de la Isla por el camino más corto, es decir, pagando por la izquierda para que en sus expedientes personales consten pruebas que los acrediten como luchadores contra la dictadura, sin haber tirado jamás un hollejo.
Asumida la picardía como lo que suele ser: un recurso de agilidad mental que aprenden a desarrollar los de abajo como respuesta a los palos que les dan los de arriba, uno tiende a ser condescendiente con aquellos que en nuestras circunstancias las inventan en el aire para escapársele al diablo por debajo de la capa.
Pero tal condescendencia no impide distinguir los límites entre picardía y canallada. Y es justamente una canallada aprovecharse del sacrificio de los opositores pacíficos, burlándose de paso de su causa, al utilizar dinero sucio para comprar una disidencia que no han tenido el coraje de ganarse como Dios manda.
Son como oxiuros, parásitos que viven en los intestinos de la dictadura, alimentándose de excrecencias y depositando allí sus huevos infectos. Es otra de las variantes de nuestro hombre nuevo que tanto ha publicitado el régimen. Para reconocer su cercanía basta con experimentar una molesta picazón en el trasero.
Nota: Los libros de este autor pueden ser adquiridos en la siguiente dirección: http://www.amazon.com/-/e/B003DYC1R0