LA HABANA, Cuba, abril, 173.203.82.38 -Para Glorita todo sigue igual que hace un año cuando oyó decir que celebraban el VI Congreso del Partido Comunista de Cuba y las cosas cambiarían con los nuevos “lineamientos”. Con sus pies cansados de cargar con sus casi ochenta años a cuestas y sus manos deformes por la artritis y el peso de las jabas, la encuentro por las mañanas temprano, porque ella prefiere salir a hacer sus compras acompañada por el frescor que perdura todavía a esa hora.
Las compras que hace son tan escasas como sus recursos económicos, porque la pensión que recibe alcanza apenas los doscientos pesos mensuales (8 dólares). Los dos panes que corresponden a la cuota de dos personas, las cinco libras de arroz de siempre, más las dos adicionales a 90 centavos, dos o tres cebollas que por lo caras son ya prácticamente un lujo; y lo que queda es para mirar, porque el dinero no da para más.
El domingo la saludé cuando fui a comprar el cuartico de pollo por persona que venden mensualmente por la cuota de la veterana tarjeta de racionamiento, mientras ella hacía la cola a la puerta del supermercado para que el dependiente marcara sus dos raciones. Me dijo con su sarcasmo habitual que haría una sopa con el caldo del muslito y con “unas papas que dejó el Papa”.
Al frente del supermercado un vendedor con un sombrero roto exhibía en una carretilla habichuelas, tomates, unos ajíes bastante maduros, unas calabazas y cebollas sueltas. Pero el precio de los vegetales no bajaba de diez pesos por libra o por unidad. EL hombre es conocido en el barrio como Pancho Diez Pesos.
Un año después del VI Congreso del Partido Comunista y a casi un mes de la visita de Benedicto XVI, en Cuba, nada ha cambiado para Glorita y el resto de la gente de a pie.
Aunque hombres de éxito desembarcados de Miami vislumbren para los cubanos, según sus ponencias -leídas en deslumbrantes iPads que aquí nos parecen sacados de una película de ciencia ficción- un futuro diferente a este horroroso presente; aquí, en mi barrio de Mantilla, de mujeres en chancletas y hombres en shorts y sin camisa, nada parece cambiar para los que no pueden pagar el dólar que cuesta una cerveza Cristal para calmar sus penas y su sed, y mucho menos soñar con comprar en “la shopping” un paquete de pechuga de pollo a 5 dólares el kilo.
Por otra parte, la omnipresente represión aleja cada minuto el sueño de la reconciliación entre los cubanos, y el Día del Perdón se esfuma en la mente de muchos.
Esos que proclaman que muchos cubanos viven y son felices aquí, porque –en teoría- tenemos “salud y educación” gratuitas, no saben que, sin siquiera hablar de la miseria, no es posible que haya felicidad en unas viditas constreñidas por tantas orientaciones, disposiciones, reglamentos y resoluciones.
Si, como dice el señor del iPad, administrar la miseria de otros ha sido el gran éxito de los cincuenta y pico de años de nuestros dictadores; no haber sabido generar riquezas, matando la iniciativa individual y la creatividad del cubano, queda como el lamentable fracaso, que ciertamente opaca cualquier supuesto “éxito”.
Muchos académicos y cubanólogos de iPad dirán que la situación de Cuba es muy compleja, pero Glorita y la gente de Mantilla saben, con su sabiduría callejera, que el nudo gordiano insular es simple. Demasiado simple.
Cuando borren las leyes represivas, las prohibiciones, las barreras que nos atenazan a la miseria por decreto, cuando dejen que el que trabaje gane los suficiente, al menos para alimentarse y vestirse decentemente, cuando seamos respetados y recompensados por nuestro esfuerzo propio, y no por ir a una Plaza a rezar sin saber el Padrenuestro o a gritar consignas en las que no creemos; entonces, solo entonces, comenzaremos a vivir una vida diferente.