LA HABANA, Cuba, septiembre (www.cubanetorg) – La vida, para Orestes, tiene otro sentido. No está construida para divertirse, sino para ayudar a los seres humanos. Cualquiera que lo escucha y no lo vea, pensaría que se trata de un anciano. Pero Orestes, fácilmente podría ser un galán de cine. Es esbelto, simpático, conversador, de cabellos entre rubios y rojizos y apenas tiene 27 años. Vive en el poblado costeño de Santa Fe, en La Habana, y es feliz junto a su esposa y su hijo de dos años.
Pertenece, desde que era casi un niño, al grupo religioso Testigos de Jehová, fundado en Estados Unidos en 1872.
Su historia es como muchas en Cuba. Luchó por ingresar en la Universidad pero a pesar de las buenas notas adquiridas en sus estudios, no pudo porque su familia no estaba integrada a la revolución y Orestes acudía al Salón de Reino de los Testigos de Jehová a participar en reuniones y asambleas con sus hermanos de fe. Lo único que le permitieron fue estudiar en un politécnico, donde se hizo soldador, un oficio que no le gusta ejercer.
Sus experiencias como religioso son muchas, pero, según dice, una de las cosas que más le agrada es que ha podido comprobar, con el paso del tiempo, que la gente tiene buena opinión de los Testigos de Jehová, porque han ganado fama de ser personas confiables, solidarias, tranquilas y serviciales.
A pesar de que Orestes es muy joven y actualmente existe cierta libertad para que las congregaciones puedan reunirse, sabe que los Testigos de Jehová estuvieron durante décadas perseguidos en Cuba, aunque la Constitución Socialista mencionara la libertad de cultos. Además, también conoce lo que fueron los campos de concentración, llamados UMAP, donde eran encerrados los seguidores de la cristiandad primitiva, de Jesús, que no murió en la cruz según ellos, sino en un tronco clavado en la tierra.
-Hoy, en toda Cuba –explica Orestes-, cada 121 personas, tenemos un Testigo de Jehová. Solamente en Santa Fe, un pequeño reparto que apenas cuenta con 40 mil habitantes, funcionan cinco congregaciones, donde se reúnen más de cuatrocientas personas. Solamente en el barrio El Bajo, el más humilde de todos, hay 97 Testigos de Jehová.
-Muchas personas –sigue explicando- que no son religiosas, me tratan con un gran respeto y eso me da valor y seguridad para continuar por el camino de Dios. Creo que también es bueno que, ¡al fin!, el Gobierno de mi país haya comprendido que los cubanos no tenemos que estar obligados a pensar igual.