CIENFUEGOS, Cuba, mayo, Jagua Press/ www/cubanet.org -Cuando Mijaíl Gorbachov asumió el timón de la extinta Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), en el año 1985, definió al proyecto político que pretendía establecer por el tiempo que durase su autoridad en el Kremlin como “Socialismo con rostro humano”. Para lograrlo, introdujo dos reformas fundamentales: la perestroika (‘reestructuración’) y la glasnost (‘transparencia’).
Si bien la profundidad en los cambios estructurales encarnados en la perestroika dejó sin aliento a los más dotados sovietólogos, pues ninguno fue capaz de vaticinar que algo así acontecería, y sirvió para ir desmontando aceleradamente la pesada armazón institucional comunista, fue la glasnost la que se llevó las palmas y las simpatías del mundo democrático occidental.
Tras la instauración de la glasnost, la cortina de hierro que mantenía encapsulado al gigante euroasiático fue corriéndose y dejando escapar al exterior los vapores viciados de la desinformación y la censura. Gracias a esta corriente de libertad informativa, el mundo y el pueblo soviético, conocieron verdaderamente por primera vez los crímenes de Stalin, como la masacre consumada por el Ejército Rojo en Polonia, durante la Segunda Guerra Mundial, en la que fueron asesinados miles de oficiales del ejército e intelectuales del pueblo eslavo.
La imagen edulcorada que nos solían pintar de la URSS contribuyó a formar la percepción entre mis coterráneos de que aquello era el paraíso. En nuestra prensa nunca aparecían reflejados ninguno de los problemas cotidianos que gravitaban sobre aquel extenso conjunto de naciones. Nunca nos hablaron de los cerca de 30 millones de alcohólicos que existían, de los funcionarios corruptos, de la represión policial, de la confiscación de derechos a los ciudadanos.
Veintidós años después que los rusos regresaran a los brazos de una imperfecta democracia, hoy identificada con la Rusia de Putin, en esta isla del Caribe perdura la cortina de hierro que, por más de cinco décadas, nos ha mantenido aislados del mundo, contribuyendo a fomentar la imagen de tranquilidad idílica que el aparato propagandístico se encarga de irradiar por el mundo e incluso dentro del país.
Con cuanta frecuencia escucho decir, aún a críticos acérrimos del castrismo, que si bien es cierto que el país es un desastre en todos los órdenes, al menos ha preservado la tranquilidad ciudadana.
Existe un proverbio que reza: “Ojos que no ven, corazón que no siente”, y es ese precisamente el precepto al que se han acogido los medios de prensa nacionales, simplemente el de no informar para evitar romper el equilibrio emocional de la sociedad cubana.
Por estas tierras insulares han pasado epidemias, de las que no nos hemos enterados, al menos por los conductos oficiales. Nuestros medios jamás han reflejado una sola estadística que nos muestre cuántos miles de alcohólicos viven entre nosotros, cuál es el número de suicidios que hay por año, cuál es la cifra de crímenes y de robos, cuál es el tamaño de nuestra enorme población penal y el númeor de prisiones que existen.
Esta semana, en Cienfuegos, ciudad en la que resido, al centro sur de Cuba, una cadena de crímenes violentos ha conmocionado a la comunidad, pero de ello, apenas nos enteramos los locales. Más allá de nuestra geografía provincial nadie conoce lo acontecido. Lo mismo nos ocurre a nosotros con lo que acontece en otras partes del territorio nacional. Casi nunca llegamos a enterarnos sobre lo que sucede en el oriente o en el occidente del país.
El día que en Cuba se logre implantar la glasnost, quizás se desempolven los archivos y podamos conocer la verdadera dimensión del mal que hemos padecido.