LA HABANA, Cuba, agosto de 2013, www.cubanet.org.- El pasado viernes 16, el proyecto cívico Estado de SATS proyectó el documental Never Sorry (2011), sobre la vida del artista chino Ai Weiwei. Unas veinte personas pudieron llegar a casa de Rodiles, sede de Estado de SATS, a pesar de la lluvia, y del operativo policial, dirigido por la Seguridad del Estado, que nuevamente volvió a rodear la zona.
Este es el segundo documental sobre China que se exhibe en el espacio Cine a Toda Costa. El anterior fue Good Bye Mao, del año 2005.
Ai Weiwei –que el próximo día 28 cumplirá 56 años de edad– es un artista pekinés, diseñador arquitectónico, activista social, y disidente chino. (Estos dos últimos perfiles siempre coinciden en los regímenes totalitarios). Fue parte del primer grupo de estudiantes que viajó a los Estados Unidos, a principios de los años 80, para estudiar en becas internacionales, tras las reformas de Deng Xiaoping. Uno de sus trabajos más significativos fue la asesoría artística del Estadio Nacional de Pekín, conocido como Nido de Pájaro, en el cual se celebraron la inauguración y la clausura de los Juegos Olímpicos, en agosto del 2008.
Sin embargo, a partir del terremoto de Sichuan, ocurrido el 12 de mayo del 2008, se volvió un artista “incómodo”, ya que no sólo denunció al gobierno chino por la mala construcción de las escuelas en las que murieron cientos de niños, sino que comenzó una investigación independiente a fin de conocer el número exacto de víctimas del terremoto, cifra que se consideraba un “secreto de Estado”.
Al año siguiente, fue detenido para que no testificara en el juicio de Liu Xiaobo, un intelectual chino, condenado a finales del 2009 a 11 años de prisión, por ser uno de los redactores de la Carta 08, que es un manifiesto a favor de los Derechos Humanos en China. En 2010, Xiaobo fue reconocido con el Premio Nobel de la Paz de ese año.
En ese arresto, Weiwei fue golpeado en la cabeza, y a causa de la contusión, debió ser operado en Alemania. Tras recuperarse, el artista hizo una denuncia ante autoridades locales, para que investigasen el abuso cometido. A pesar de sus esfuerzos, que sólo intentaban medir la parcialidad y la burocracia del sistema judicial chino, su caso fue desestimado.
En 2010, el gobierno de Beijing demolió un estudio que el artista acababa de construir en la ciudad de Shanghái, invocando razones de ilegalidad. Y a principios de abril del 2011, Ai Weiwei fue secuestrado por autoridades del gobierno, que lo mantuvieron preso en un lugar desconocido, durante 81 días. Sin dudas, las presiones nacionales e internacionales ayudaron a su liberación, que fue consentida a través de una fianza exagerada. Entonces, se desató una campaña, dentro y fuera de China, para recaudar los fondos necesarios. Con este movimiento de solidaridad, fue evidente que el pueblo chino no creía en la “justicia” y los motivos aparentes de la detención.
Fui a ver el documental, que pudiera traducirse como Nunca lo lamentes, no sólo porque me interesaba conocer la vida de un artista disidente chino, sino también para comparar los niveles de represión que existen en ese país asiático, cuya tradición autoritaria es tan antigua como su propia cultura. En otros documentales, se observa que los métodos represivos chinos van desde los castigos medievales, hasta la organización fascista (por ejemplo, el trabajo esclavo en campos de concentración). Sin embargo, en Never Sorry se percibe a una sociedad civil más libre, con mayor “soltura”, alegría, conciencia de derechos y recursos de integración. Esa movilidad social, capaz de producir olas de simpatía cívica, aún no se ha desarrollado en Cuba, que está más cerca de los viejos regímenes de Europa del Este.
Ai Weiwei, como buen artista postmoderno, ha sido irreverente, lo mismo hacia el arte que hacia la política. En uno de sus performance destruye una vasija de barro del Neolítico. Ese acto de iconoclasia, así como pintar de colores llamativos estos jarrones históricos, revela una actitud excéntrica, que es alentada por un culto a la personalidad artística. Debido a ese culto de la sociedad moderna, se justifica y se ve como “genialidad” la banalización y destrucción de objetos del patrimonio artístico. Creo que la Revolución Cultural China, uno de los crímenes culturales más grandes del siglo XX, destruyó demasiados valores y reliquias de la tradición de ese país, como para “filosofar” con estas piezas, convirtiendo su pérdida en un “juego” intelectual.
En otro performance, que tiende a desacralizar los actuales símbolos de poder, fotografía algunos lugares paradigmáticos, como la plaza de Tian’anmen, con la mano estirada y el dedo del medio erguido, o hace un video en el que muchas personas dicen, en varios idiomas: “Jódete, Madre Patria”.
Pero en realidad, Ai Weiwei es un artista comprometido, no con las instituciones estatales, sino con la libertad de expresión, la igualdad de derechos políticos, la diversidad cultural e ideológica, y los valores de la democracia, lo que quiere decir, el futuro de China.