LA HABANA, Cuba, enero, 173.203.82.38 -Los gobernantes cubanos acostumbran con frecuencia a enaltecer sus acciones, de forma tal que el país construido por ellos parezca ser algo así como el ombligo del mundo. Emplean apelativos que denotan una extrema vanidad y a menudo mueven a la risa.
Por ejemplo, a la Cuba actual la llaman “el primer territorio libre de América”, qué horror. Al espacio bailable del Estadio de la Tropical, conocido como el Salón Rosado, lo califican de “el más musical de América Latina”. Aunque no sé qué opinarán sobre el particular los brasileños, mexicanos o colombianos. Y al principal estadio de béisbol de la isla, que antes se denominaba Gran Stadium del Cerro, las autoridades castristas lo bautizaron como Estadio Latinoamericano, dando por sentado que se trata de la instalación de este tipo más representativa del subcontinente.
Por cierto, una reciente visita a este estadio en el contexto de la presente Serie Nacional de Béisbol, me permitió comprobar lo lejos que se halla la instalación de merecer tan rimbombante calificativo. Al menos en lo concerniente a las comodidades que debe ofrecerles a los aficionados.
En la segunda sección de graderías desapareció el espaldar de los asientos, por lo que este estadio se asemeja cada vez más al resto de las instalaciones del país, en las que, como único asiento, los aficionados cuentan con una superficie dura y áspera adonde posar sus asentaderas. Además, de los asientos que quedan con espaldar, una de las mejores secciones, la ubicada detrás del home, está reservada para los extranjeros que paguen la entrada con divisas.
No recuerdo haber presenciado un apartheid semejante en ningún otro parque deportivo del país. Al margen del filón económico de la medida, es muy probable que se pretenda librar a los extranjeros del ejército de delincuentes y jineteras que pululan en el Latinoamericano.
La pizarra eléctrica de la instalación dista mucho de lo que antes fue. A raíz de celebrarse, en 1971, un campeonato mundial de béisbol amateur, se construyó una pizarra que informaba la alineación de los equipos participantes en el juego, así como el nombre del jugador que bateaba en cada momento. Ahora funciona una pizarra pequeñita, sin las alineaciones ni el nombre del bateador. Lo único que deja ver son las carreras que van acumulando los equipos.
Y al bajar a las áreas interiores para usar el baño, noté un contraste aún mayor con el pasado. Las pizzerías, heladerías, y la tienda que vendía artículos deportivos a precios asequibles, han desaparecido. Solo algunos vendedores ambulantes ofrecen alimentos de muy dudosa calidad.
Ya fuera de la instalación, al marcharme, me topé con la tienda, que ahora abre hacia la calle. Lo primero que llamó mi atención fue el precio de los guantes de béisbol: 35 CUC (875 pesos cubanos). Si el salario medio mensual en Cuba es de 450 pesos, entonces un padre tendría que trabajar dos meses para comprarle un guante a su hijo, considerando que no coma, se vista ni incurra en otros gastos.
No es difícil imaginar entonces por qué ha mermado la práctica masiva del deporte. Sería bueno comenzar por ahí a la hora de analizar el declive experimentado por el béisbol cubano en los torneos internacionales.