LA HABANA, Cuba, enero, 173.203.82.38 -Conocí a Pablo hace unos días. Alto, robusto, con cara de gallego recién llegado de España, con raya ancha, como le llaman jocosamente a los calvos, pero con un rabo de caballo muy simpático, poco común en hombres de sesenta años.
Como si lo hubiera premeditado mucho antes de visitarme, comenzó contándome la odisea que pasó por los años setenta, cuando apenas era un muchacho quinceañero.
Iba, me dice, a la heladería Coppelia, muy limpiecito y contento, porque era un chico feliz que vivía con sus padres y una hermana menor que él, pensando siempre en conquistar una novia, y terminaba en una estación de la policía. La primera vez, lloré.
“Sí, lloré –recalca-, con aquel tamañón que yo tenía. Usted no se lo puede imaginar. Y todo porque me gustaba tener el pelo largo, con el que me hacía un rabo de caballo en la nuca. Me cargaban, junto a un grupo de adolescentes, como si fuéramos ganado, y en la estación de la policía nos cortaban el pelo, mientras dos guardias, de seis pies cada uno, nos sujetaban porque, al menos yo, forcejeaba todo lo que podía”.
“A algunos de nosotros –añade Pablo- hasta nos golpeaban para que nos dejáramos pelar. ¿Pero usted piensa que yo dejé de ir a El Vedado? Nada de eso. Me dejaba crecer el pelo de nuevo y volvía a enfrentarlos. Eso ocurrió varias veces. En una ocasión, mientras me pelaban, me dijo un capitán: ¨Así que a ti te gusta el grupito ese de ingleses que tocan esa música extraña. Lo que debía gustarte es la Orquesta Aragón, que es cubana. Chico, tú no eres patriota”.
Cuenta Pablo que cuando iba para su casa, con unas tremendas ganas de llorar, sentía que no era patriota. “Siempre fui un trabajador, una persona tranquila –dice-, pero aun así, conocí la prisión, como la han conocido muchísimos cubanos. Estuve dos años preso, bajo investigación, por un dinero que faltó en la empresa en la que yo trabajaba, y al final salí en libertad, porque yo no había tenido nada que ver con el problema”.
Pablo me enseña una foto con su rabo de caballo, cuando tenía 17 años, y luego me enseña otra -que se hizo al salir de la estación de policía-, donde está pelado al rape. Se las pido para incluirlas en este trabajo y me responde:
“No, amiga. Es mejor prevenir que lamentar. ¿Y si me llevan a la policía y me quieren cortar el pelo de nuevo, a los sesenta años? Mejor lo dejamos así. Con esta gente nunca se sabe.