LA HABANA, Cuba, agosto, www.cubanet.org -Los modelos culturales y de comportamiento, a fuerza de repetirse, se solidifican, se fijan y se convierten en normas de conducta. La sociedad cubana ha naturalizado la violencia, a tal punto que la aversión ante hechos de esta índole ha perdido su verdadero significado. Muy en especial, es alarmante la violencia que están sufriendo aquí muchas mujeres.
Se ha desencadenado una ola de hechos que vulneran la dignidad de quienes, hace ya mucho tiempo, estuvieron convencidas de ser el sexo débil. Y lo peor es que de alguna manera esa violencia es consentida por la sociedad cubana.
No existe justificación alguna para la violencia de género, y las mujeres maltratadas nunca son responsables, sean cuales fueren las causas que provocaron el maltrato. No es bueno confundir a las víctimas con los culpables.
En Cuba, la persistencia e invisibilidad de esta situación (los medios oficialistas no hablan del tema), no hacen más que reafirmar las desigualdades y la inequidad reinantes históricamente. No podemos voltear la cara ante la violencia contra las mujeres, esa que tiene lugar en los ámbitos doméstico o laboral, pero tampoco ante la ejercida por la policía contra opositoras pacíficas, contra trabajadores sexuales y contra transexuales. No podemos olvidar a las mujeres lesbianas, a las que, por años, nos prohibieron amarnos entre nosotras, negando incluso que era natural ese tipo de amor.
Todo tipo de dominación conlleva invariablemente a la opresión, o sea, a la violencia. Esta ha sido una regla histórica y, en Cuba, donde el binomio opresión-dominación es uno de los pilares donde reposa el régimen, la violencia continúa siendo tremendamente brutal.
Por suerte, somos muchas y muchos los que, a diario, desacatamos sus reglas. Ahí están, para demostrarlo, las mujeres y grupos feministas y de opositoras pacíficas, que denuncian la gran mentira sobre la que se ha basado esa dominación. Otro ejemplo es la visibilidad, cada vez mayor, de las relaciones de amor entre mujeres, lo cual ayuda a desmoronar toda esa mentira patriarcal.
No obstante, considero una asignatura pendiente la unión armónica entre todos: sociedad civil, hombres, mujeres, heterosexuales y personas LGBT, para que desmontemos de una vez tantos años de patriarcado, machismo y violencia. Y tal vez corresponda a las mujeres, si no liderar, al menos impulsar este proceso.
Se impone la necesidad de que protagonicemos juntas el tan necesario activismo transgresor y solidario, partiendo de la comprensión de que la violencia contra las mujeres no es, en absoluto, “un problema de la otra”, sino de todas.