LA HABANA, Cuba, noviembre, 173.203.82.38 -La compulsión represiva de los últimos días, por parte de la policía política, contra varios abogados y activistas por la democracia supura ese “odio intransigente”, “el odio como factor de lucha”, que pedía Che Guevara para ir “más allá de las limitaciones naturales del ser humano”. Ese “hombre nuevo” que reclamaba el profeta del terror revolucionario debía convertirse en “una efectiva, violenta y selectiva máquina de matar”. Dicho en otras palabras, en criminales políticos. Y, como tales, ni siquiera tienen el simple y civil coraje de actuar bajo su verdadero nombre, pues siempre usan un alias.
Pero en realidad no hay mucha novedad en este proyecto antropológico. Y no solo porque abundan desde hace mucho los “doctores locos” creadores de monstruos en el cine y la literatura, sino porque esa apelación a lo más brutal de la naturaleza humana no es primicia del doctor Guevara, sino una recurrencia incluso anterior a la historia misma, de igual modo que esa deshumanización del enemigo que termina deshumanizando también al odiador intransigente. Gandhi hablaba de “las oscuras artes de la violencia, que viene a ser la ley de la bestia”, cuando se refería a quienes oponían la fuerza y el terror contra los defensores no violentos de sus derechos.
Los maltratos físicos y golpizas propinados recientemente a varias personas, comenzando con los que solo pedían, en muy pacífico tono y con todo derecho, tener conocimiento del lugar y la situación legal de otra persona, también pacífica y libre de delito, alcanzaron su cota más alta en los abusos cometidos contra el escritor y bloguero Ángel Santiesteban y el coordinador del proyecto Estado de SATS, Antonio Rodiles. Y todo no terminó en palizas y encierro de varias horas, como es frecuente.
Santiesteban, esposado, pasó por la experiencia de que el ensañado oficial que se hace llamar “Camilo” le rastrillara su pistola contra la cabeza. Cuando el detenido le dijo que, si lo mataba, en algún momento tendría que pagar por ello, el agente le respondió: “Es verdad, mejor espero que estés en la calle, te doy un martillazo en la cabeza y queda como que te asaltaron para robarte”. Y Rodiles se encuentra detenido todavía y, a pesar de las evidencias de golpes que tiene en el rostro y en el cuerpo y de la decena de testigos que presenciaron la golpiza, enfrenta la acusación de “resistencia”, que puede llevarlo a prisión. No importa tampoco que fuera arrestado sin motivo alguno por personas vestidas de civil que no se identificaron ni mostraron orden de detención alguna.
Por supuesto, ha habido casos mucho peores en todo el país. Ya se sabe cómo son abusados los opositores en el oriente del país y en otros sitios fuera de la capital, para no hablar de la ferocidad con que son reprimidas las Damas de Blanco. Pero se trata de que en los últimos días las represalias denotan una desesperación inusitada y una ineficacia asombrosa. Quieren —o aparentan que quieren— dar una imagen de bajo perfil represivo, al menos en La Habana, y en internet hay videos que ilustran el comportamiento bárbaro con que reaccionan a un pacífico requerimiento los supuestos defensores del pueblo. El jefe de la sección 21 de la Seguridad del Estado asegura, en el lenguaje más grosero y prepotente, que “ya se acabó Estado de SATS” y la realidad se mantiene terca como mula para desmentirlo, como quedó demostrado el viernes 16 por la noche, cuando, pese a un pasmoso operativo con agentes y vehículos incontables en un ancho cerco alrededor del lugar, y aunque varios asistentes fueron detenidos, no se les permitió llegar o tuvieron que retroceder, otros, más de una veintena, sí lograron entrar y de esa manera logró realizarse otro encuentro del proyecto, no obstante, sobre todo, la obligada ausencia de Antonio Rodiles.
Si sembrar el temor era el propósito esencial, no lo han conseguido: la siembra ha terminado en una cosecha más que menguada. Es como si los que deben ser atemorizados no captaran el mensaje. O peor: como si no les interesara. Como si la violencia, la torpeza, la cobardía, la confusión y, sobre todo, el miedo, quedaran siempre del otro lado, del lado de los que practican el “odio intransigente” y van “más allá de las limitaciones naturales del ser humano”, todo lo cual los condena a ir quedando poco a poco, irremediablemente, en el pasado, en otro de esos callejones sin salida que la historia guarda para los seguidores de “la ley de la bestia”.