LA HABANA, Cuba, marzo, 173.203.82.38 -Cuando el pasado 5 de marzo la televisión nacional trasmitió el discurso de Nicolás Maduro dando a conocer al mundo la noticia de la muerte de Hugo Chávez, las perspectivas de los cubanos se proyectaron hacia un futuro que a muchos les parece trágico en relación con la economía, y a otros les parece esperanzador desde el punto de vista político.
Lo mismo está ocurriendo en Venezuela a diferente escala. Los cubanos comparten hoy la única igualdad que puede proveer el Socialismo, y es la carencia de poder frente al Estado Socialista. En el caso venezolano, todavía no se ha llegado a ese punto tan difícil de revertir; ellos aún están pasando por el capítulo seductor de ese proceso.
En su alocución, Maduro destacó la palabra “paz” en el dudoso contexto del anuncio simultáneo del “despliegue de las Fuerzas Armadas y la Policía “bolivariana” para “proteger a los ciudadanos y garantizar la paz y el respeto”, constituyéndose en “vigilantes” (de la paz). Una vez más reiteró la misma palabra, convidando a la población a “canalizar el dolor en paz”, llamando a la movilización: “que nos congreguemos en las Plazas, el pueblo y las Fuerzas Armadas”.
En Cuba no ha podido verse una sola declaración de la oposición al chavismo en Venezuela, a pesar de que el Canal interestatal Telesur trasmite 24 horas por el Canal Educativo 2 de la televisión cubana.
La mención a la oposición aparece siempre asociada al conflicto. En la trasmisión del día 7 de marzo, a la pregunta: “¿Cómo se halla el país en materia de Seguridad?”, un General expresó: “Alerta, (la oposición) siempre va a estar conspirando”, “todo el pueblo está en la calle, defendiendo la Revolución”, y una vez más habló en términos de “despliegue” de los Servicios de Inteligencia y de las Fuerzas Armadas.
“El pueblo chavista está unido”- expresó Diosdado Cabello. En tanto que Elías Jaua, el actual canciller venezolano, afirmó: “El pueblo quiere seguir construyendo el Socialismo.”
Cristina Fernández, la mandataria argentina, dijo a Telesur: “Con esa extraordinaria concentración queda ratificado el apoyo masivo al chavismo”, refiriéndose a lo que la misma televisora definía como la “marea roja” que acompañó el féretro presidencial hasta la Academia Militar donde será velado hasta cumplir 7 días.
Más desconcertante todavía resultó la declaración de Nicolás Maduro acerca de que el cuerpo de Chávez “será embalsamado, como está Lenin”.
La propaganda del “Socialismo del siglo XXI” afirma que se pretende empoderar al pueblo, a los más pobres. Para el pueblo cubano eso no ha significado otra cosa que renunciar al reconocimiento de todos los derechos humanos; a cambio de recibir -en el colmo de la utopía- una buena ración de comida, educación que te alfabetice, pero a la que conviene que no aprendas a pensar con libertad de conciencia, y servicios médicos.
O sea: seguridad social -que debería ser la función de cualquier estado independientemente de su color político- a cambio de libertad. Véase la exaltación casi religiosa al líder, la vinculación afectiva, la comparación con “un padre”, que garantizará por mucho tiempo el complicado fenómeno sicológico de un pueblo sumergido en la servidumbre.
De la misma forma que en el Socialismo (leninista, castrista, chavista) queda exterminado como derecho la libertad política, otro tanto le sucede a la libertad económica, por la relación directamente proporcional entre ambas.
Usando una alegoría, la inclusión de la que habla el “Socialismo del siglo XXI” no es otra cosa que el ancho necesario en la boca del saco para que quepa más cantidad de gente y, eventualmente, mayor cantidad de votos en las urnas (solo mientras se vean obligados a convocar a elecciones libres los miembros de cualquier Politburó socialista); después que todos estén dentro el terror de Estado comenzará a cerrar la boca y el resultado final podría con justicia compararse con la inscripción que aparece a la entrada del Infierno, de Dante: “Los que entráis: Dejad toda esperanza”.
Los venezolanos quizá no pueden entender todavía que el culto al líder, vivo o muerto, instaura unas relaciones sociales monstruosas entre el poder y ese mismo pueblo que ha sido modelado para creerse, y hacer creer a toda la opinión pública, en un falso idilio entre ambos, de lo que resulta un solo poder: el Estado. Todavía no pueden entender que la paz está reñida con la vigilancia. Y que un día podrían no tener ya libertad de elección.