LA HABANA, Cuba, septiembre (173.203.82.38) – Los únicos niños del mundo que pueden votar en las elecciones, postularse y ser llamados al Servicio Militar, son los cubanos. A los 16 años, según las leyes revolucionarias, ya los niños de nuestra isla tienen madurez suficiente para tomar tan importantes decisiones.
No sé si en algún lugar del país algún adolescente, ha sido elegido delegado al Poder Popular.
Recientemente se supo que el Comité de Naciones Unidas sobre los Derechos del Niño, recomendó al gobierno cubano aumentar la mayoría de edad a los l8 años, como una medida para extender la protección a la infancia, e instó a que su sistema judicial sea reestructurado, para que los menores en conflicto con la ley no sean separados de su familia.
Pero en Cuba no ha habido cambios en ese sentido. Los niños que incumplen las leyes son enviados a prisión, aquellos que arriban a los 16 años son llamados al Servicio Militar, y a los 21, ya pueden ir al paredón de fusilamiento.
Cristóbal, de sesenta años, vecino de la calle Primera, en Santa Fe, vive preocupado por sus dos nietos varones. EL mayor es muy despierto y dinámico, algo agresivo, de personalidad muy fuerte. El menor es todo lo contrario.
Ninguno ha cumplido los 16 y ya uno de ellos ha sido visitado para anunciarle que será llamado al Servicio Militar. Cristóbal confía que las pruebas que le hagan al menor arrojen lo mismo que durante años le han dicho los psicólogos que lo han tratado: que existe un desbalance entre su edad mental y física, algo que le ha ocasionado siempre serios problemas para los estudios.
-El pequeño es un chico tranquilo –expresa-, le gusta la música moderna, el rock principalmente. Aunque no le interesa la política, tendrá que votar en las elecciones de delegados al Poder Popular. Su padre está en Miami y quiere reclamarlo, pero debe esperar a que el chico cumpla los 18. El otro, el mayor, también me preocupa. Me pregunto qué hará cuando le pongan un arma en las manos. Es medio loco.
Dejo al abuelo Cristóbal con sus pensamientos y veo al más pequeño jugando a las bolas en la acera. Como lo veo solo, le pregunto por su hermano, por sus amigos, y me responde, con una sonrisa:
-Me gusta jugar solo. Así no me roban las bolas. Y mi hermano es un “pesao”. Siempre le gusta ganar.