LA HABANA, Cuba, junio, 173.203.82.38 -El sistema judicial más conocido por los cubanos es el norteamericano, debido al sinnúmero de películas y seriales televisivos que hemos visto, donde muchos personajes encarnan a fiscales, acusados, jueces, miembros del jurado, abogados defensores y al público presente en la sala. Entre los más populares héroes del género se recuerdan aquí algunos interpretados por estrellas como Henry Fonda, Paul Newman, Gregory Peck o Robert de Niro.
Mientras, por el lado contrario, también recordamos el mayor fiasco del género, representado en la televisión cubana hace 23 años, con el título: “Causa Nº 1” (el Estado contra la llamada pandilla de Ochoa-La Guardia), cuyo elenco estelar estuvo integrado por tres jueces y dos fiscales por cada enjuiciado. Y digo “dos fiscales”, porque los abogados defensores en Cuba generalmente fungen como otro fiscal, el fiscal “bueno”, algo más moderado.
El guión fue un desastre, sin el menor suspenso. Todos los espectadores identificamos desde el inicio a un sentenciado a muerte que realizaba un breve trámite burocrático.
Arnaldo Ochoa asumió que sería fusilado para servirle “aunque fuera de mal ejemplo a la revolución”. Con su declaración, el pundonoroso general y héroe de la República de Cuba, acusado de narcotráfico, insinuó que estaba listo para el paredón. Su sacrificio evitaría salpicar a Fidel y Raúl, únicos jefes inmediatos y supuestamente máximos responsables de aquella olimpiada del narcotráfico.
“Mi último pensamiento -expresó Ochoa ante el tribunal de honor- será para Fidel y la gran revolución que le ha dado a este pueblo”. Tras la sentencia, le metieron 7 plomazos y lo sepultaron en una fosa común. Después, como ocurre al final de todas las películas, vinieron los créditos y el público se largó.
Otra chapuza fue el remake llamado “Causa Nº 2”, donde el acusado era un coprotagonista, llamado Juan Abrahantes, general y ministro del Interior. Por igual impulso que Ochoa, Abrahantes se convirtió en el chivo expiatorio de los deslices del departamento MC, que estaba subordinado a él, de la misma manera que él estaba subordinado a Fidel y a Raúl Castro. El final de la película estuvo a cargo de la maquinaria publicitaria, a través del periódico Granma, que proclamaba: “lavar ejemplarmente la afrenta”.
Después de los fusilamientos, más otras largas sentencias y destituciones, los puertos cubanos se convirtieron en una importante escala del narcotráfico Colombia-Europa.
Empresas fantasmas lavaron dinero en la industria turística. Se desplegaron redes de prostitución, hasta la infantil. Inversores extranjeros, allegados a Fidel y a Raúl, protagonizaron escándalos de corrupción, que además salpicaron a generales, ministros, altos funcionarios, hijos de papá e integrantes de la nomenclatura, más diversos actores de reparto que aparecerían en las nóminas de otras tantas malas películas.
Para los cubanos, de la cinematografía nortemericana también procede el concepto de “cuarto poder” (prensa libre y libertad de expresión). Robert Redford y Dustin Hoffman, en el film “Los hombres del presidente”, nos demostraron cómo en los Estados de derecho, un presidente involucrado en un escándalo puede ser enjuiciado políticamente y destituido.
En Cuba, la “justicia y la prensa” continúan generando desastrosas películas sobre el tema; pero Fidel y Raúl -los verdaderos antihéroes, siempre son excluidos de los guiones. Los Castro han demostrado ser inmunes a las salpicaduras de los escándalos.