LA HABANA, Cuba, agosto, 173.203.82.38 -El sector educacional, como casi todas las esferas de la vida cubana a partir de 1959, ha sido pródigo en improvisaciones, voluntarismos, desaciertos y actos de corrupción. Recordemos los años 70, cuando en las secundarias básicas y preuniversitarios en el campo se desató una ola de promocionismo tal, que era difícil encontrar uno de esos planteles que no terminara el curso con el ciento por ciento de aprobados. Claro que ni pensar en estudiantes de gran rendimiento académico o profesores de excelencia. Se trataba de un fraude general y autorizado, pues los directores de esos centros temían quedar mal ante sus superiores si se aparecían con tan solo un desaprobado.
Después sobrevino la muy mencionada municipalización de los estudios universitarios. Una idea de Fidel Castro que pretendía demostrar que todos los cubanos podían acceder a ese nivel de enseñanza, y estudiar cerca de sus lugares de residencia, sin que fuera necesario para ello acudir a las Universidades. El paso del tiempo se encargó de confirmar lo errónea de semejante concepción, que ha transcurrido con una no muy elevada exigencia docente, estudiantes no siempre preparados para asimilar los conocimientos, y profesores con poca experiencia. No hay dudas de que uno de los objetivos de la instauración de los exámenes de ingreso a la educación superior fue tratar de limitar los nuevos arribos a estas sedes municipales.
Y con la llegada del nuevo milenio, en el año 2002, ante la falta de profesores en las secundarias básicas, nuevamente se le ocurrió una “solución” al máximo líder: preparar un profesor general integral que fuera capaz de impartir todas las asignaturas, desde la explicación del Teorema de Pitágoras hasta la poesía romántica cubana del siglo XIX, pasando por la tabla de todos los elementos químicos. Tan temeraria resultaba la propuesta, que los jóvenes incorporados a ella recibieron el calificativo de “los valientes”. Lógicamente, estos aprendices de todo y especialistas en nada, poco pudieron hacer para lograr una adecuada formación de sus educandos. Con frecuencia eran incapaces hasta de ventilar las dudas de los alumnos, después de que estos recibían algunas de las clases impartidas centralmente a través de la televisión. En años recientes, tras reconocerse el desastre, se establecieron profesores por especialidades. O sea, unos enseñan las ciencias y otros las letras.
Sin embargo, al cabo de diez años, a los directivos del Ministerio de Educación se les ocurrió reunir a algunos de los valientes para que contaran sus experiencias. Era evidente que los jóvenes profesores no tenían vivencias venturosas que contar, ya que fueron muchos los momentos difíciles que debieron atravesar. No solo con los propios alumnos, que se percataban de la incapacidad de sus profesores. También, y sobre todo, con los padres de los educandos, alarmados por el deficiente aprendizaje de sus hijos. No obstante, uno de los jerarcas del citado ministerio, tal vez con el ánimo de salvar la situación, expresó la que, según él, fue la mayor contribución de los valientes: garantizar la formación de revolucionarios durante ese tránsito difícil que experimentan los jóvenes entre los 12 y los 14 años. No importa que los alumnos no aprendieran bien la Matemática, la Física, la Química o el Español. Si fueron captados como simpatizantes del castrismo, ya fue suficiente.
Hay que decir que, en el sector educacional, las políticas de rectificación de errores resultan a menudo menos eficaces que, por ejemplo, en la economía. En ambos ámbitos se renuncia a estrategias que no rendían frutos, con vistas a aplicar nuevas concepciones. Pero las secuelas se tornan más visibles en el terreno educativo, ya que generaciones de personas quedarán con lagunas difícilmente superables.
Por mi parte, poseo evidencias de lo antes expuesto. Una joven técnico de nivel medio en Informática, que había sido alumna de profesores valientes, me preguntó que si Vietnam era un país, o simplemente una ciudad de China…