LA HABANA, Cuba, agosto (173.203.82.38) – Como el aguarrás, los caciques de Cuba demuestran no estar aptos para buscar la solvencia sino siendo cada vez más ácidos. Es su marca. Y nuestra desgracia.
Por un lado, Raúl Castro declara que el partido comunista, instrumento formal de la dictadura, debe garantizar que cada cual aquí exprese libremente lo que piensa y desea. Mientras que por otro lado, pero al mismo tiempo, la Asamblea Nacional del Poder Popular, un instrumento menor, proyecta revigorizar la Ley 88, llamada Ley Mordaza, que establece penas de hasta de 20 años de cárcel para cualquier oponente pacífico que se lance a opinar justo lo que piensa y desea.
Resulta paradójico que como respuesta a un senador extranjero que legisla para que se destinen 20 millones de dólares a promover la democracia en la Isla –aun sin que ningún demócrata de la Isla se lo pidiera-, a los representantes de lo que aquí llaman el Poder Popular no se les ocurra nada mejor que cobrarle la cuenta ferozmente a un sector de sus propios representados.
Es como en el sketch donde el forzudo le da un soplamocos a Charlot, y éste, dispuesto a devolverlo, se vira en busca del más enclenque que encuentre a mano.
Ya que se han propuesto modernizar, dicen, su sistema de poder, alguien debió alertarlos sobre la utilidad de dar conveniente sombra por un tiempo a la Ley Mordaza, oculta quizá en la misma gaveta en que han guardado otras perlas como la historia de la UMAP, o como la del apartheid y ergástula contra los religiosos.
Alguno de los tecnócratas o de los filósofos en estado puro que hoy se dedican a planear en el aire el perfeccionamiento del socialismo, debió llamar la atención de los caciques acerca del despropósito en que incurren si reactivaran la Ley Mordaza, que ya los condujo, hace muy poco, a llenar las cárceles de inocentes y a producir más huelguistas de hambre que boniatos por metro cuadrado, hechos que redondearon el jaque mate de su desprestigio ante el mundo.
Debieron advertirle al cacicazgo que la escandalosa incongruencia que aún comete al convocar a la unidad nacional en sus discursos mientras organiza fratricidas mítines de repudio de una parte del pueblo contra otra, alcanzaría su clímax con la reactivación de la Ley Mordaza, la cual, por cierto, también merece ser apodada Ley Bumerán. Puesto que actúa bajo el principio de dale al que no te dio, resulta inevitable que termine recurvando para contragolpear a quien la lanza.
Al fin y al cabo es lo que sucede con todo engendro derivado de las insanas crispaciones del abusador, que igual suele ser ventajista e impotente a partes iguales.
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