LA HABANA, Cuba, junio, 173.203.82.38 -El domingo habría peleas de gallos, una pasión de tantos cubanos desde los tiempos de la colonia. Ningún cartel las anunciaba. Imposible, porque están prohibidas oficialmente, aunque no para todos, sólo para los cubanos de a pie.
Al final, quedaron suspendidas las peleas. Nadie dio demasiada importancia cuando se supo que la policía de Guanabo había quemado varias vallas. No es la primera vez que ocurre.
A partir de 1733, por cruzamientos continuados de una raza de Canarias con otras, se logró el belicoso gallo fino cubano, muy demandado. El Gallo, desde la colonia, ha sido componente esencial de la cotidianidad y la cultura nacionales. Vistas por muchos como una cruelad contra los animales, las peleas de gallos podrían ser el equivalente cubano de las corridas de toros en España; controversial parte de nuestra identidad cultural.
Surgen rivalidades entre dueños de vallas, sobre todo cuando alguna se hace famosa y atrae mucho público. Una práctica común entre los valleros rivales para deshacerse de la competencia es la delación. La policia se ve presionada a actuar, y desmontan y queman las vallas.
Las vallas están ocultas en el monte, construidas con recursos naturales, troncos de marabú y palma, en terreno estatal ocioso. Así nadie asume responsabilidad penal por tener una valla en su propiedad.
La policía lo tolera, siempre que no la valla no sea foco de disturbios, ni manifestación alguna de tipo político. Esto recuerda al Capitán General de la Isla (1823-1833), Francisco Dionisio Vives, quien acuñó la despectiva frase: “Una guitarra y un gallo bastan para dominar a los cubanos”.
Tres jueces y los dueños buscan posibles trampas. Los animales llegan con los picos amarrados para evitar que se les introduzcan drogas. Se pesan, examinan, se miden las espuelas, se pasan una esponja mojada por el cuerpo de los animales y se exprime en el pico, para descubrir alguna untura prohibida.
En la valla puede haber entre trescientos y quinientos espectadores: hombres, mujeres, niños, jóvenes, ancianos. De todas las condiciones las profesiones y niveles sociales, hasta algunos famosos facilmente reconocibles.
Las vallas también generan trabajo clandestino por cuenta propia. Un veterinario jubilado cobra treinta pesos por curación. Otros cobran por el estacionamiento de vehículos, o venden comida, refrescos y cerveza (nunca ron, porque acalora demasiado los ánimos). La entrada cuesta entre setenta y cien pesos.
La apuestas son ocultas. Gritos exaltados por las peleas, pero sin broncas, para no malear el sitio. Armonía entre familias, vecinos, amigos. La consigna tácita es no dar pretextos a la policía para eliminar la fiesta, es algo que está en la mente de todos.
Hay muchas vallas en la periferia habanera. El Tanque, en Mantilla; La Aroma, en La Lisa; Río Cristal, en Boyeros; El Basurero, en Alamar, también las hay en Campo Florido y otros barrios.
Hay algunas que la policia jamás quema. Alcona, al sur de La Habana, es la más famosa valla estatal, de alcurnia, a la que van asociados con acreditación y adhesión al régimen. Tiene magníficos servicio de restaurante, cafeteria y estacionamiento. A ella van sobre todo nuevos ricos, personalidades de las artes, las ciencias, del gobierno. También van extranjeros y muchos cubano- americanos.