LA HABANA, Cuba, mayo (173.203.82.38) – A partir de 1960, cuando el canciller Raúl Roa lo designó para un cargo en la embajada cubana en París, Roberto Fernández Retamar viajó por Europa con la misión de captar las simpatías de los intelectuales europeos y latinoamericanos hacia la naciente revolución castrista. Durante esos periplos estableció amistad, entre otros, con Octavio Paz y Pablo Neruda. Unos lazos que, de una forma u otra, se iban a romper a medida que esos intelectuales advertían la esencia represiva de la política cultural cubana. El poeta chileno terminó por calificar a Retamar como “un arribista político y literario, carente de valores poéticos”.
En 1965 Fernández Retamar asume la dirección de la revista Casa de las Américas, e incursiona en una de sus perennes obsesiones: la forja de una nueva identidad para el ser latinoamericano. Para ello retoma los símbolos de la obra La Tempestad, de Shakespeare, y le asigna al personaje de Calibán la representación de las masas explotadas de América Latina.
Ante la disyuntiva de actuar como un auténtico intelectual, o mantener la incondicionalidad al poder castrista, Retamar se decide por lo segundo. Así, en el ensayo Calibán, escrito en 1971, no insta a los latinoamericanos a buscar un camino propio para encauzar sus sociedades, sino que les aconseja seguir el ejemplo de las naciones comunistas de Europa Oriental, que vivían bajo el sistema marxista-leninista. Claro, ya por esa fecha, y ante el desastre de la zafra de los diez millones, Cuba estrechó más los lazos que la unían a Moscú. .
Las intenciones de Retamar no fructificaron, y se vio obligado a escribir otro texto, Adiós a Calibán. Una vez desaparecida la Unión Soviética, y comprobado el fracaso del marxismo-leninismo, su Calibán clasista, signado por la hoz y el martillo, nada tenía que hacer.
Otra de las obsesiones de este embajador cultural del castrismo fue el intento de acercar a Martí a la ideología comunista. Para cumplir ese objetivo no escatimó voluntariedad ni tergiversaciones. Una de ellas aconteció en una larga entrevista, en forma de libro, donde afirmó que Martí no había abrazado el marxismo por ser un hombre del siglo XIX. “De haber actuado en el siglo XX, Martí se hubiese comportado como Ho Chi Min”.
No concibo cómo establecer el más mínimo paralelo entre un amante de las libertades individuales y el sistema democrático, y un comunista atrincherado en el autoritarismo al estilo de Lenin o Stalin. Sin dudas, uno de los peores ultrajes a la memoria del Apóstol.