LA HABANA, Cuba, noviembre (173.203.82.38) – El artículo de Yudy Castro Morales publicado el pasado martes en el periódico Granma con el título Ante el descontrol… apremian soluciones, bajo el epígrafe Hurto y sacrificio ilegal de ganado mayor, merecía haber profundizado más, pues, en su mayor parte, se anda por las ramas.
En el texto no se alude a las sanciones draconianas, más largas que las de un homicidio, que se imponen en Cuba
por sacrificar una res. Tampoco se reconoce que si los cubanos, pese a esa severidad extrema, inciden con tanta frecuencia en esa conducta surgida con el socialismo, es para satisfacer una fea costumbre que adquirieron bajo el capitalismo: la de comer carne.
A lo largo del trabajo se insiste en el concepto de que, en la desatención a sus respectivas reses, las empresas estatales y los campesinos particulares se asemejan. Algunas frases reflejan esa tesis: “La deficiente vigilancia, tanto del sector estatal como de los propietarios individuales”. “La irresponsabilidad de los campesinos ante el cuidado de su rebaño”.
Aunque el órgano oficial del partido único le haya consagrado la octava parte de su escuálido espacio, parece evidente que el autor o autora del artículo, o bien no domina las realidades de la producción agropecuaria, o trata de menoscabar de manera deliberada la labor de los particulares.
Son muy diferentes las ópticas con que enfocan los problemas el simple peón encargado de un rebaño y el dueño del mismo. Un propietario siente de manera directa, en su bolsillo, la pérdida de sus bestias. Si alguna se le extravía, imita al pastor bíblico y abandona cualquier diversión para buscarla, y mientras no la encuentra y la pone a salvo, ni piensa en irse a descansar.
Al obrero agrícola promedio, por el contrario, no le preocupa mayormente el destino de las reses con las que trabaja. No está dispuesto a renunciar a ver la novela o a compartir con sus amigos para salir en plena noche o bajo la lluvia a buscar la que se haya atascado en un lodazal. Le basta con ver al día siguiente el aurero que le indicará dónde murió el animal, cuya pérdida no le duele, por la sencilla razón de que no es suyo.
Claro que la propaganda comunista no comparte esos conceptos. Según la doctrina marxista-leninista, cada uno de esos animales pertenece al pueblo, y el peón de marras, como obrero consciente y parte integrante de esa misma propiedad colectiva, debe sentir en carne propia todo lo que les suceda.
Pese al medio siglo de absoluta ineficiencia vivido bajo el comunismo cubano, y no obstante los millones de casos concretos en que la realidad se ha encargado de desmentir la teoría, los fanáticos del “socialismo científico” siguen aspirando a que los hechos sean no como son, sino como debieran ser.
Orientándose por esa brújula, quien escribió el trabajo confía en la “guardia obrera” y “las patrullas campesinas” (tan venidas a menos en los últimos años), en “los chequeos” de los burócratas y “los mecanismos de supervisión”.
Las críticas fundamentales las dirige a “las vulnerabilidades de los instrumentos de control”, “la insuficiente supervisión y la superficialidad a la hora de elegir funcionarios y directivos”, “la inexistencia de un sistema de información y conciliación entre provincias” y “el descontrol lacerante”.
Pero reconozcamos que, en medio de tantos lugares comunes, el escrito de Yudy tiene un grano de racionalidad cuando señala: “También deben activarse resortes económicos que motiven a los ganaderos a cuidar sus reses”.
Por ahí deben ir los tiros, sólo que, al hacerlo, no es necesario poner un signo de igualdad entre el “sector estatal” y “los propietarios individuales”. Estos se defienden solos, mientras que al subnormal Liborio Pérez es preferible reducirle sus pertenencias a la mínima expresión.