Al morir el viernes 14 de octubre en la sala de terapia intensiva del Hospital “Calixto García”, Laura Pollán Toledo llevaba tres semanas sin desfilar con las Damas de Blanco por las calles de La Habana, escenario de su odisea cívica por la libertad de los prisioneros políticos de aquella oleada represiva del 2003.
Días antes de ingresar Laura recibió la última agresión física del grupo paramilitar organizado por oficiales de la Seguridad del Estado frente a su casa de Neptuno 963, en Centro Habana. Una policía vestida de civil la mordió con rabia en el brazo derecho, mientras varios delincuentes le gritaban groserías ante los segurosos enmascarados.
Es fácil imaginar las consecuencias del estrés provocado en esta mujer de 63 años, tras casi dos lustros de persecuciones, amenazas, ofensas y golpizas para que desistiera de sus visitas dominicales a la iglesia de Santa Rita de Casia, en Miramar, de donde salía acompañada por decenas de madres y esposas de prisioneros, que modificaban el paisaje capitalino con sus gladiolos, vestidos blancos y reclamos de libertad.
Solo la vocación de servicio público y el coraje personal de Laura Pollán, Berta Soler y otras mujeres justifica la constancia de estas damas cubanas. Ellas alzaron sus voces en medio del terror, la censura y la indolencia impuesta por el despotismo uniformado.
Laura surgió como líder de la resistencia cívica en circunstancias extremas. Convirtió su casa en cuartel de las Damas de Blanco, al frente de las cuales su imagen recorrió el mundo. La humilde profesora de español y literatura sorprendió a los corresponsales extranjeros en la isla, a la prensa independiente y al régimen militar cubano, que organizó el asedio e intentó asociar su rostro y su voz apacible a supuestos enemigos externos.
El coraje de esta mujer y sus compañeras ya es un capítulo en la historia de luchas por los derechos humanos en Cuba. Su prestigio creció en relación proporcional con la intolerancia del régimen. No en vano les fue concedido el Premio Sajarov del Parlamento Europeo y otras distinciones internacionales.
Laura no salió con vida de su última odisea en la sala de terapia intensiva del hospital “Calixto García”. Allí se multiplicaron sus malestares orgánicos. La adquisición de una cepa viral incrementó el descenso de la hemoglobina, la presión arterial y los problemas respiratorios que causaron su ingreso. En la noche del viernes su corazón dejó de latir.
Resultó sospechosa la premura de las autoridades al incinerar sus restos y entregárselos de madrugada al esposo y la hija. El fin de su vida no debe ser interpretado como una victoria del gobierno y una derrota de la oposición pacífica. Nadie sabe qué pasará en Neptuno 963 sin su presencia, pero basta con mirar los rostros afligidos de quienes le rindieron homenaje entre el sábado 15 y el lunes 17, para saber que Laura Pollán Toledo ya está de regreso. Ella es un símbolo de luz en la noche del castrismo.