LA HABANA, Cuba, agosto (173.203.82.38) – El último estreno del Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC), Habanastation, ha provocado filas de cientos de personas en el cine Yara, uno de los pocos donde funciona el aire acondicionado. Una vecina puso en mis manos una copia de la película, y pude verla cómodamente en mi televisor, aunque sin la magia de la pantalla grande.
El filme, realizado por Ian Padrón, joven cineasta cubano, cuenta una historia atrayente para todos los públicos. Trata el tema de las desigualdades económicas entre los seres humanos y cómo el entorno afecta sus conductas. Un poco a la manera de El príncipe y el mendigo, la novela de Mark Twain.
Los protagonistas son dos niños, escolarizados, candorosos, pero uno tiene al padre preso y el otro un padre que gana suficientes dólares durante sus giras como músico por el extranjero. Uno vive en una zona marginal y el otro en una residencia confortable en un barrio céntrico.
El niño pobre se siente disminuido en el ambiente escolar donde sus compañeros, pioneros todos, tienen equipos de videojuegos de última generación, en tanto, el pobre ignora hasta la existencia de esos artículos.
La trama comienza un Primero de mayo, durante el acostumbrado desfile en la Plaza de la Revolución, cuando el niño favorecido económicamente se pierde entre la multitud y va a parar a un humilde barrio aledaño a la Plaza. Esta circunstancia es la palanca que mueve la historia. Durante la película veremos “el encuentro de dos culturas”, la marginal y la del niño bien apertrechado de objetos por sus padres.
Se trata de una especie de viaje al Infierno (el barrio marginal), que el niño rico tendrá que realizar para que le sirva de aprendizaje en la vida, mediante el conocimiento del otro niño, y las diferencias entre las vidas de ambos. No obstante, la ensalada sociológica no escapa del discurso oficial en boga.
En boca del hijo del preso escuchamos un verdadero himno a sus valores, como muestra de auténtica identidad; y en su coprotagonista el acercamiento a la comprensión de que hay más de una realidad en el mundo, y cada una diferente.
Como todos los caminos conducen a Roma, ellos se unen en medio de la lucha por vencer las dificultades presentes en la trama y lo consiguen mediante la perseverancia en el trabajo.
La historia no termina con el reencuentro del hijo de familia la rica con sus padres, sino con toda la familia en un auto marca Hyundai camino a la Plaza de la Revolución, presidida por José Martí, y sede del poder político.
No hay que tener muy larga vista para darse cuenta del mensaje propagandístico que se desliza en el filme, donde prima una teoría de la reconciliación por encima de las desigualdades, y del reconocimiento del otro. Algo demasiado evidente, preparado para provocar el aplauso. Y eso es lo que aleja a la película del arte, a pesar de que haya sido premiada como mejor película de ficción en el Festival de Traverse City, en Michigan, creado por Michael Moore.
En el filme se muestra al público lo que nos espera, lo que será la sociedad cubana dentro de poco, a medida que se implante lo acordado en el VI Congreso del Partido Comunista, refrendado unánimemente por la Asamblea Nacional.
Es en resumen, un reclamo a “la unidad del pueblo” en torno al gobierno, a pesar de las futuras diferencias sociales, que cada día se acentuarán más.