LA HABANA, Cuba, octubre, www.cubanet.org – Que se hagan recortes en los gastos de la enseñanza artística no tendría mayor importancia si, además, el gobierno no siguiera su propaganda sobre una supuesta búsqueda de eficiencia mientras mantiene en el sector una monstruosa burocracia y persiste en su control sobre la creación artística misma.
Al inicio de la revolución se proclamó que en Cuba todo productor de bienes materiales o espirituales tendría mejor vida y mayor libertad que nunca antes. Más de medio siglo después, la realidad resulta ser todo lo contrario, pero el gobierno, en vez de liberar las fuerzas productivas y artísticas, sigue manteniendo un falso discurso. Resultan ridículas esas declaraciones en los medios de los burócratas de la cultura y la enseñanza artística de que “no tiene sentido formar profesionales de espaldas a las necesidades del país y los territorios”, llegando a asegurar que “lo más prestigioso de la vanguardia artística cubana está en el claustro de profesores”.
En un reciente artículo del periódico Granma, se culpaba al embargo estadounidense de todo tipo de carencia de recursos en la enseñanza artística, y un directivo de la Universidad de las Artes, refiriéndose a los intercambios académicos, aseveró que son “para que vayan a Estados Unidos los que a ellos les interesan” y que “ahí se manifiesta otra de las caras del bloqueo: el robo de cerebros”.
Por eso es que, aunque el prestigioso Carlos Alberto Montaner considere que “en Cuba se van acabando por asfixia la superstición marxista de la plusvalía y las (inexistentes) ventajas del colectivismo”, no se debe olvidar que no existe ningún cambio profundo de pensamiento en el poder, que, como siempre, solo varía de tácticas para mantener el control estratégico y solo cambia lo que permita que todo siga igual. Y la enseñanza artística siempre estará bajo su dominio porque considera el arte una especie de artefacto destructivo que no puede dejarse en manos de particulares.
Metáfora del arte en la revolución
El documental norteamericano Unfinished Spaces —Espacios inconclusos—, de 2011, ilustra lo que ha significado la enseñanza artística para este régimen. Dirigido por Alysa Nahmias y Benjamin Murray, muestra testimonios de personas relacionadas con la construcción inconclusa de lo que luego se conocería como Instituto Superior de Arte, principalmente de sus tres arquitectos, el cubano Ricardo Porro y los italianos entonces residentes en Cuba Vittorio Garatti y Roberto Gottardi.
Unfinished Spaces cuenta, a través del relato de la construcción del conjunto de escuelas de arte con arquitectura de geometría orgánica, la historia del impulso que prometía la revolución y que se convirtió en ruinas y represión, en la periferia de La Habana, en Cubanacán.
Estas edificaciones han sido consideradas como uno de los proyectos arquitectónicos del mundo más singulares de la segunda mitad del siglo pasado y son, de hecho, una de las escasas obras arquitectónicas desarrolladas aquí después de 1959, por decisión directa de Fidel Castro y Ernesto Guevara, tras una partida de golf en el mismo campo que serviría de emplazamiento para la construcción. Al principio, los tres arquitectos gozaron de libertad presupuestaria y total independencia en el diseño.
Como, a causa del embargo norteamericano, no podían importar otros materiales, usaron principalmente el barro —pisos de terracota y muros de ladrillo— y rescataron la técnica de la bóveda catalana. No había entrada principal y todo se intercomunicaba. Según Garatti, era “una arquitectura que no tiene que representar poder, sino integración, libertad total. Un lugar que tú cruzas como un jardín todo tuyo”. Pero comenzaron las denuncias sobre el excesivo coste y el singular diseño, que evidenciaban despilfarro económico y debilidad burguesa.
Ricardo Porro narra cómo, según se acercaba Cuba a la Unión Soviética, crecía la tendencia a utilizar los sistemas soviéticos, y, entre ellos, “un estúpido sistema de prefabricación”. El arquitecto cubano asegura que “el Che criticó la concepción que existía en la (entonces) Escuela Nacional de Arte, porque no estaba de acuerdo con becarios que viven al amparo del presupuesto oficial ejerciendo una libertad entre comillas”. Luego de eso, empezó a aplicarse la disciplina militar en la escuela.
Haciendo una comparación con El proceso, de Kafka, Porro relata cómo “un día uno se da cuenta de que algo no anda bien y entonces se da cuenta de que ha sido acusado de algo y comprende que ha sido juzgado, y luego que ha sido condenado, pero nadie te dice nada”. En julio de 1965, la construcción se detuvo oficialmente. Un año después, él se marchó a Francia. En junio de 1974, Vittorio Garatti fue acusado de espionaje, apresado y expulsado de Cuba. Años más tarde se reconocería que fue un error de las autoridades. Sin embargo, aún dice esperar “encontrarme con Fidel para decirle que un sistema cerrado muere, según las leyes de la termodinámica, porque no recibe información”.
La obra maldita
Para el arquitecto Mario Coyula, resulta una paradoja que a ellos tres se les encargara “hacer las escuelas de arte más hermosas del mundo” y que, por cumplir el encargo, se les criticara después, llegando al punto de que “no se quería que se hablara de las escuelas de arte: eran una obra maldita”.
En el filme vemos cómo, durante una reunión, Fidel Castro, asegura que hay que terminar las escuelas. Según él, “una persona le dijo que no había razón para seguir construyendo allí si el Ministerio de Obras Públicas declaró inconstruible la escuela”.
A partir de 1999, parecía que la construcción sería concluida. Roberto Gottardi, autor de la Escuela de Artes Escénicas, entregó en 2007 un proyecto de recuperación y modificación de la instalación que recibió un tratamiento urgente y prioritario, pero de todas maneras quedaron sin terminar algunas partes importantes. En 2009, con la crisis económica mundial y tras dos huracanes de gran intensidad, el gobierno cubano dejó de financiar “proyectos no productivos de arquitectura”, incluyendo este. Así termina Unfinished Spaces.
Abel Acosta, uno de los viceministros de Cultura, declara ahora que “no se trata de tener más escuelas, sino de tener las que se necesitan con las mejores condiciones”. Pero estas no son necesarias o siguen siendo un proyecto maldito, como evidencia el hecho de que el bailarín cubano Carlos Acosta, del Royal Ballet, consiguió hace poco el apoyo de patrocinadores británicos para terminar las obras y las autoridades se negaron a aceptar si la ayuda no era canalizada institucionalmente.