LA HABANA, Cuba, junio (173.203.82.38) – Ocurrió el 31 de mayo. Los carros de la policía con las luces apagadas estaban estacionados a ambos lados de la calle. Los coches y autobuses, que venía a más de cien kilómetros por hora, disminuían la velocidad cuando algo crujía bajo sus llantas. Parecía inminente otro accidente. Un transeúnte sugirió a los oficiales que colocaran indicadores que regularan el tráfico, pero un policía le contestó que ellos no recibían órdenes de civiles.
El viento batía sobre la avenida desde el noroeste, y excepto los pedazos de vidrios, botellas y los trozos de madera de una guitarra, apenas quedaban restos de los muertos, los heridos y el auto blanco, que se había dado a la fuga. No obstante, allí estaba viva la tragedia.
Supe que la mitad de la familia cruzó el Estrecho de Florida de regreso, en plan vacacional y en la Habana rentaron dos autos. La primera noche fueron a cenar al Barrio Chino. La segunda, la familia reunida acordó montar una cafetería con los sueldos que ganaban los de Estados Unidos. La fatal tercera noche decidieron sentarse en el malecón, ese muro que custodia la avenida del golfo. Largo sofá de la ciudad donde se sientan los habaneros, acompañados por las estrellas.
Pasada la medianoche, se imponía la euforia del alcohol y la vida sonreía para la familia. Un par de músicos callejeros cantaba corridos y boleros. A la 1:25 de la madrugada decidieron cruzar la doble vía para tomar los autos. Había poco tráfico, a esa hora los carros vuelan.
Alegres, los paseantes, que eran más de diez, se detuvieron en el contén. Como una marea avanzaron hacia el separador central. Estaban a la altura de las calles D y E, una de las zonas más rectas del malecón.
Un auto que venía por la senda izquierda a toda velocidad, hizo un cambio de luces y el terror se apoderó del grupo, que se mantuvo apretado junto a separador. El guitarrista puso un pie fuera; el impacto lo lanzó por el aire a más de tres metros de altura y fue a caer sobre el parabrisas y el capo de un Fiat Uno, que venía en sentido contrario. El chofer del Fiat perdió el control del volante y proyectó el coche sobre los transeúntes, convirtiendo a la feliz familia en una masa sangrienta, en un abrir y cerrar de ojos. El músico, ya sin guitarra, fue lanzado nuevamente y el cuerpo terminó sobre el capo de un Hyundai que circulaba en la misma dirección.
Dos jóvenes que miraban sentados en el muro, apenas pudieron reaccionar para pedir socorro. Era un paisaje después de la batalla. Comenzó a llegar gente de todas partes, a brindar apoyo y solidaridad y la noche perdió el silencio.
La muerte selló el re encuentro y el brillante futuro que vislumbraba la familia.