LA HABANA, Cuba, julio, 173.203.82.38 – Empty sky, empty sky, I woke up this morning to an empty sky, cantaba hace diez años, en un disco de 2002, Bruce Springsteen, recordando el espanto y la destrucción que vaciaron los cielos y el alma de New York el 11 de septiembre del año anterior.
Cinco días después del primer aniversario de que un comando especial norteamericano le diera muerte y lo arrojara al mar, Osama bin Laden, o sea, su cadáver, traído por una misteriosa corriente de significado, se posó suavemente en el fondo, en nuestra ciudad submarina, y he aquí que se trata no de un cuerpo roto por la metralla, sino de un cadáver exquisitamente fallecido, acicalado de modo primoroso para su ascenso a las vírgenes prometidas.
Se puede decir de otra manera: Osama bin Laden ha venido desde una ciudad del Oriente hasta una ciudad del Occidente gracias al prodigioso trabajo en cera de tres artistas de Manzanillo (Alberto Lorente, Manolo Castro y Julio Lorente) que nos traen hasta La Habana un amasijo de inquietudes titulado escuetamente He. ¿Es esto hiperrealismo de gran impacto, prodigiosa manufactura y nada más?, puede uno preguntarse, ¿o resulta que puede haber mucho más? ¿Hiperficción política tal vez? ¿Hiperresistencia a la ficción política, acaso? ¿Cuba en Terror, digamos? ¿Los malos duermen bien? ¿Bienvenidos al desierto de lo hiperreal?
Ya en la anterior edición de la Bienal (o Trienal, porque ocurre cada tres años) habanera, el mismo trío expuso una pieza que resultó también muy controvertida: Encuentro se llamó y consistía en el enfrentamiento hiperirreal de la figura de José Martí con la del anciano Fidel Castro, ambas también en cera hiperverdadera. De hecho, Alberto Lorente, que encabeza el proyecto, tiene larga experiencia en llevar a cabo obras que “despiertan suspicacias”. Según cuenta él, tanto con He como con Encuentro, ha sucedido más o menos lo mismo: vienen a escena “personajes importantes” para averiguar, para tratar de entender “qué procura decir la obra”. (Por cierto, como explica Alberto Lorente, He es únicamente el principio de una serie de trabajos con la misma técnica que pretenden enfocar algunas de las personalidades más conocidas y “mediáticas” de esa ardiente zona que conocemos como Medio Oriente.) Esta vez, aunque es uno solo el personaje y yace muerto, parece echar a vivir muchas suspicacias, sobre todo una: ¿Hay referencia alguna aquí a la acusación de que Cuba patrocina al terrorismo internacional? Así que ¿cómo no vendrían “personajotes” a indagar, a husmear en entresijos, a intentar descifrar ocultos significados y peligros potenciales?: zapadores rastreando minas antipersonales o antisistema o antipropaganda oficial, no vaya a ser que, en vez de hiperrealismo, ¡se trate de imperialismo!
Además, desde el momento mismo en que se mostró la obra, surgieron titulares en la prensa internacional que podían producir alarma: “¿Osama bin Laden apareció en La Habana?”, dice un titular. “Descubren una estatua de Osama bin Laden en La Habana”, reza otro. Un artículo llega a decir que “los tres jóvenes, duchos en el arte de la cera a la hora de materializar figuras humanas, han emulado el cuerpo de Bin Laden con un nivel de técnica y perfeccionamiento que envidiaría cualquier museo”. El sitio oficialista Cubasí se permite incluso un tono juguetón cuando se pregunta: “¿Cómo llegó hasta aquí? Habrá que preguntárselo a él mismo o, en su defecto, a los autores de esta magnífica obra”.
Ciertamente, el endemoniado saudita ya había realizado notables hazañas de aparición antes de hacer acto de presencia en el Instituto Superior de Arte de La Habana, como fue el hecho de hallarse hablando con el escritor John Le Carré en Hamburgo y al mismo tiempo estar haciéndose una diálisis en un hospital militar en Rawalpindi, ciudad al norte de Pakistán, precisamente el 10 de septiembre de 2001 (el día antes de). Ah, y los muy desmadrados padres de South Park hicieron que los niños protagonistas de esta serie de comedia animada se encontraran con Bin Laden nada menos que en un avión militar de viaje hacia Afganistán.
Pero sin duda alguna la tercera dimensión de He y ese parecer que dejó de respirar hace solo un minuto nos cortan el aliento a nosotros porque, ante todo, no hay en ese cuerpo señal alguna de violencia recibida y tampoco de violencia ejercida, no hay cinismo, no hay más que el sueño de la muerte, una expiración inconcebiblemente dulce. Uno llega a creer que es cierto que este hombre aconsejó días antes de su fin a sus hijos y familiares que dejaran ya en paz a Occidente. Él, diseñador principal de una tragedia que Slavoj Zizek intenta comparar con una catástrofe ocurrida casi cien años antes, el hundimiento del Titanic.
Decía aquel gran especialista en infiernos, Dante Alighieri, que no es siempre igual la cera y quien la imprime, / y por ello allá abajo más o menos / se traslucen los signos ideales. Y ciertamente sí, de esta inquietante hiperrealidad instalada ante nosotros por tres artífices del sobresalto estático se trasluce algo que nunca debemos olvidar cuando miremos la historia: la maldad puede obrar con suma violencia, con energía enorme y con las más nefastas consecuencias, pero al final nunca queda más, por sobre todo, que la irrelevancia del mal, que es siempre un callejón sin salida.
Bruce Springsteen despertó aquella mañana del fatal 11 de septiembre y encontró un cielo vacío, halló sangre y destrucción llovida desde el cielo de New York, pero luego volaron de nuevo los aviones y despertó otra vez el alma de la ciudad. Y entonces él cantó The rising, pues la vida se levanta siempre, pero el mal es un momento sin futuro.