LA HABANA, Cuba, septiembre (www.cubanet) – En cuanto escuché la palabra Internet, paré la oreja hacia los dos jóvenes detrás de los que me acababa de sentar entre las raíces salientes de una ceiba, lugar en el que varias personas esperábamos algún transporte que nos llevara a nuestros destinos. Los jóvenes tendrían entre de 20 y 25 años, y tenían aspecto de estudiantes.
-Lo bajé de internet -fue lo que escuché, que llamó mi atención.
-¿Y desde dónde entras a internet? -preguntó el segundo individuo.
-El Colorao montó un cibercafecito en su casa, a 1 dólar la hora. Es nada más que para gente de confianza.
-¿Y se puede bajar lo que a uno le dé la gana? ¿Porno también?
-Lo que tú quieras.
En ese momento llegó mi ómnibus y me monté dejando a los internautas con su plática.
Esta conversación me llevó a recordar cómo en la década del 90 la dinámica natural con que se mueven las personas en la sociedad obligó al gobierno a asumir la legalización del dólar. Se despenalizó a fines del año 93, pero ya hacía mucho tiempo que las personas compraban y vendían la divisa casi sin ocultarse.
Este destape, pudiéramos decir, de la compra-venta del billete verde, fue lo que obligó a las autoridades a asumir la despenalización del mismo, pues de no hacerlo hubiera parecido que el pueblo se burlaba del poder represivo al hacer abiertamente algo prohibido. Y si realmente hubieran puesto énfasis en reprimir el tráfico de moneda libremente convertible, la mitad de la población, como mínimo, hubiera tenido que ir a la cárcel.
Esto también sucedió con la aprobación del trabajo por cuenta propia, en el mismo año 93. Igual que ocurrió con la divisa, también fue el empuje de las necesidades sociales y el desacato del pueblo, sin que le importara el posible castigo, lo que hizo que el gobierno aprobara el trabajo por cuenta propia.
Hoy las redadas contra las antenas satelitales son el pan nuestro de cada día, pero si observamos, veremos que hoy las quitan por acá y mañana aparecen otras por allá. Cuando desarticulan una red aquí, al día siguiente surge una nueva en otro lado. Esto no hay quien lo detenga, nadie puede contra el ansia de los cubanos por lograr información y entretenimiento, por ver y saber lo prohibido.
La conversación de los jóvenes sobre la existencia de un cibercafé clandestino me indica que lo mismo que sucedió con la divisa, con el trabajo por cuenta propia, y lo que está sucediendo con las antenas satelitales, es lo que pasará con internet. Se multiplicarán los pequeños cibercafés clandestinos, como el del Colorao, que tiene en su negocio una fuente de ingreso y, simultáneamente, satisface las necesidades de sus clientes por un precio muchísimo menor que el que les cobra el estado socialista.