LA HABANA, Cuba, octubre, 173.203.82.38 -Los inadaptables, al igual que los excluibles, son cubanos no compatibles con el sistema de vida norteamericano.
Los excluibles, según la ley norteamericana, no reúnen los requisitos para vivir en ese país, debido a su nefasta conducta delictiva. Casi todos son balseros, o marielitos, y en el momento en que son devueltos a Cuba, por lo general, se encuentran en centros penitenciarios. En cambio los inadaptables son una especie de “auto excluibles”, que auqnue nadie los explulse del país, no se adaptan a vivir en Estados Unidos. Muchos viajan regularmente a USA para visitar a su familia, o viven allá, pero siempre proclamando su condición de “inadaptables”.
Son mayormente jóvenes y ancianos. Los jóvenes, a causa de los bajos salarios que se pagan en Cuba y las malas condiciones de empleo que los desestímulan, no poseen hábitos ni conciencia de trabajo, y al llegar “al Yuma” chocan contra una sociedad donde hay que trabajar de verdad para poder vivir. Algunos incurren en delitos, y terminan convirtiéndose en excluibles. La mayoría no comete delitos, pero no se siente feliz allá. Dicen serlo solo cuando vienen a Cuba de visita, muchos de ellos como mulas, cargando mercancías ajenas a cambio del pasaje. Su vida transcurre de viaje en viaje a la isla.
Muchos ancianos que no se adaptan a la vida americana, tienen sus hijos asentados en allá. Cada cierto tiempo se toman unas vacaciones “fuera” y cuando regresan, cuentan a sus amigos sus historias de inadaptados. Coralia, de 72 años y vecina de Jaimanitas, antigua militante del partido comunista, ha viajado en tres ocasiones a Miami, donde reside su hija, dueña de una peluquería, que le ha pedido insistentemente que se quede, pero Coralia dice que no se adapta. Una de las cosas que más le molestan es que se bote tanta comida. Cuando su hija recoge la mesa después de la cena, y arroja las sobras a la basura, Coralia va detrás, a hurtadillas, recupera lo que puede y lo guarda en el refrigerador, en bolsas de nylon, como si estuviera en Cuba.
Martina, de 81 años y residente de El Palo, en el barrio marginal de Romerillo, ha visitado cuatro veces a sus hijos en Orlando, pero ha tenido problemas con ellos durante sus estancias. Martina insiste en acumular toda clase de envases y embalajes, para entregar a materia prima, una vieja costumbre cederista que no puede dejar. Tiene el cuarto atiborrado de pomos reciclados llenos de agua, un hábito de su barrio para afrontar la escasez del líquido. Cuando está en Orlando, sus hijos le pelean y le botan los pomos, pero Martina, con la paciencia adquirida en largos años, los llena otra vez, de madrugada.
Otro peculiar inadaptable es Toño, de 75 años, mensajero por cuenta propia de una bodega en Barbosa, La Lisa. Dice Toño dice que no tiene sosiego cuando está en “el Yuma”, durante los meses de descanso que sus hijos le propician. Se pasa todo el tiempo pensando en qué habrá llegado a la bodega, y en si “entró” el picadillo a la carnicería. Desde Tennessee ,Toño llama a Cuba, a su amigo Becerra, otro anciano que también es mensajero, para saber si ya arreglaron la panadería, o si ya “entró” a la bodega la “leche de niño”.
“No me adapto a aquello”, dice Toño, mientras empuja por Barbosa el carretón, repartiendo por las casas los productos de la libreta. No puedo dormir tranquilo sin saber si entró el pollo de dieta, la papa, el cerelac de los viejitos…