LA HABANA, Cuba, enero, 173.203.82.38 – El pasado fin de año me propuse recorrer la isla hasta la ciudad de Baracoa en la provincia de Guantánamo. El viaje me dio la oportunidad de tomar el pulso a la realidad, que contradice la propaganda gubernamental.
A lo largo del país se celebraban las fiestas promovidas por el gobierno para saludar el aniversario 53 del triunfo de la revolución. En cada provincia intenté buscar la peculiaridad que distingue a sus pobladores, al estilo de las narraciones de mi abuelo. La uniformidad, arruino mi interés.
Los festejos estaban matizados de igual forma. Pipas (termos) de cerveza y ron de mala calidad, música estridente y pan con carne de cerdo servida en deplorables condiciones higiénicas.
Las celebraciones a lo largo de la isla eran adornadas con carteles que mostraban las frases de moda de Raúl Castro: ¨Sí, se puede¨ y ¨A trabajar duro¨. Las ferias agropecuarias llenas de cebollas, tomates y plátanos como si fueran los únicos alimentos que ofrece la tierra. Un montaje de felicidad que contrastaba con los rostros que reflejaban tantas carencias.
Al arribar a la ciudad de Sancti Spíritus el letrero de una tienda me describió la situación del lugar: ¨Solamente se venderá 1 paquete de galletas por persona y una vez al día¨. El tránsito por el territorio fue breve, pero suficiente para percatarme que el número de mendigos en el centro de la ciudad supera lo permitido por el gobierno.
A medida que avancé hacia la zona oriental, el dólar comenzó a perder credibilidad y el peso a escasear. Fue en Camagüey donde escuché por primera vez la frase que me acompañó el resto del viaje: ¨El dinero está perdido¨. Las mansiones restauradas en el centro histórico son un recuerdo de lo que otrora fue la provincia de mayor prosperidad ganadera del país.
Al llegar a Holguín, la ciudad de los parques, me sorprendió la amistosa convivencia entre extranjeros, prostitutas y policías. La paz que reina entre ellos aparenta un convenio que incluye chicas menores de edad que beben públicamente alcohol con los extranjeros a la luz del día.
Cuando llegué, la ciudad de Santiago de Cuba convulsionaba. Las fiestas por el cincuenta y tres aniversario de la revolución se hicieron más notorias y también la vigilancia policial. Patrulleros apostados en las principales avenidas recordaban los clásicos cercos de las dictaduras militares.
La irritación de los santiagueros llamo mi atención. El enojo está latente, circula y explota entre la población por el menor motivo. La cola, denominador común en el país, funciona como válvula de escape. Tuve la impresión de estar en una olla de presión a punto de estallar. Me fui de Santiago convencido que las autoridades lo saben.
Los guantanameros ya no bachatean con su desgracia. Creen haber encontrado la solución a la miseria, abandonado la provincia que se hunde en el hambre.
Camino hacia la ciudad de Baracoa los rostros se entristecen aun más. Parece como si hubiera dejado de ser Navidad, año nuevo o triunfo de la revolución. La belleza de los paisajes que rodean al pueblo hace que se destaque aun más el abandono de una región turística por excelencia, y hace más humillante la miseria.
Los bohíos emergen en los caseríos para avergonzar a la revolución que hace más de medio siglo prometió eliminarlos. Las mujeres aun lavan en los ríos, mientras los vejigos (niños) ayudan recogiendo agua en cubos para las labores de la casa. La humildad es su moneda de cambio, pero no sirve para salir de tanta pobreza.
Al regreso me pareció que había visitado la granja de George Orwell. Recordé a los animales de Orwell bailando al ritmo de la tonada que el pueblo en la granja de los Castro parece haber hecho suya.
… trabajaremos todos / aunque muramos antes que amanezca/ vacas y gansos, pavos y caballos/ todos deben sumarse a esta empresa.