LA HABANA, Cuba, agosto (173.203.82.38) – Durante la visita del Papa Juan Pablo II a Cuba, en enero de 1998, y a pesar de que en ese momento las relaciones iglesia-Estado parecían muy cordiales, todos esperábamos que alguno de nuestros prelados se refiriera a la situación política, social y económica de la isla. No podía ser de otra manera. Apenas cinco años antes, el mensaje pastoral “El amor todo lo espera” había estremecido a la nación, y todo el arsenal oficialista fue utilizado contra los obispos firmantes de ese documento.
Le correspondió el honor al arzobispo de Santiago de Cuba, Pedro Meurice, quien al darle la bienvenida al Santo Padre en la tierra oriental, se refirió a aquellos que habían “confundido la Patria con un Partido”. Así, de manera breve, se resumía una parte importante de la tragedia cubana a partir de 1959. Es decir, el intento de los gobernantes y la cúpula partidista de reservarse para sí la representación de la nación, con el consiguiente castigo para aquellos que se opusieran, los cuales afrontarían la cárcel, la muerte o el exilio.
El Padre Meurice era heredero de la digna actitud mantenida en 1960 por monseñor Enrique Pérez Serantes en la propia arquidiócesis santiaguera. En aquella ocasión, el arzobispo Pérez Serantes, en su carta pastoral “Por Dios y por Cuba”, alertó acerca “del pesado yugo de la nueva esclavitud”. Era el peligro comunista que se cernía sobre nuestra patria.
Ahora, cuando el arzobispo Pedro Meurice acaba de ser inhumado en la tierra santiaguera que tanto amó, todos los cubanos amantes de la libertad y la democracia, creyentes y no creyentes, debemos honrar la memoria de este sacerdote que, en el momento indicado y en alta voz, hizo suyo el clamor de todo un pueblo.