LA HABANA, Cuba, agosto (173.203.82.38) – En Cuba continuamente se escuchan las historias sobre accidentes domésticos de cafeteras que explotan, a consecuencia del uso del café mezclado con chícharo, que ahora nos vende el gobierno como si fuera café. El chícharo tupe las cafeteras, que explotan frecuentemente por la presión acumulada. Colar el “café” mezclado es un nuevo peligro que debemos enfrentar los agobiados cubanos.
Para lavarse las manos, y como quien dice “guerra avisada no mata soldado”, en la radio y la televisión abundan los spots con “consejos útiles sobre cómo preparar la cafetera”.
María Soto, una señora de 73 años, residente en San Miguel del Padrón, actuaba con cautela cada mañana a la hora de hacer el “café”. Después de colocar su cafetera sobre la hornilla, se alejaba unos metros del fogón mientras esperaba que colara la explosiva mezcla de café con chícharo, a partes iguales.
Hastiada, María ahorró algún dinero y consiguió comprar por 25 pesos una libra de café en grano; precio que representa más de un día de salario promedio. Ahora –al menos por el momento- ella misma tuesta y muele su café, algo que aprendió hace años, mucho antes de que el Comandante, en un discurso de 2005, ordenara suprimir la venta de la peligrosa mezcla detonante.
Hoy, seis años más tarde, su hermano Raúl, que ahora nos gobierna, nos ha traído de regreso la proscripta mezcla, a un precio 32 veces mayor: de 14 centavos, que costaba en 2005, aumentó a cuatro pesos el paquete de 115 gramos.
Mucha gente, como María, prefiere sacrificarse y comprar el café sin tostar, sobre todo el cultivado en la Sierra Maestra y el Escambray, en el oriente y centro de la isla. Afortunadamente, aunque a precios elevados, siempre el producto aparece en el mercado negro.
Gracias al microclima de las montañas del centro y oriente del país, Cuba produce café del bueno. Antes de 1959, con seis millones de habitantes en el país, la producción cafetalera cubana era de 60 mil toneladas anuales; suficiente para cubrir ampliamente nuestras necesidades y exportar el producto. En Cuba, todo el mundo, hasta el más pobre, podía darse el lujo de tomarse cuando quería una taza de buen café, que se vendía a tres centavos en cualquier esquina.
Cincuenta y dos años después, con el doble de población, la revolución puede incluir en la cuenta de sus múltiples “logros” que apenas se produzcan 6 mil toneladas -¿será por culpa del “criminal bloqueo?-, de las cuales1.200 se destinan al consumo del pueblo mediante la venta racionada. El resto de la producción es para la exportación y la venta en las Tiendas Recaudadoras de Divisas, bajo marcas como Serrano, Turquino, Cubita y Monte Ruz, para el consumo de extranjeros y miembros de la élite roja.
Al gobierno no parece preocuparle el riesgo que corramos, y mucho menos el sabor del menjunje que tomemos, sino los pocos millones de dólares que el invento les permite ahorrar a la hora de importar el café, que ahora viene nada menos que de Vietnam.