LA HABANA, Cuba, septiembre, 173.203.82.38 -Cargada del romanticismo academicista latinoamericano, fascinada con la imagen del Che que inmortalizó Korda, y con un edulcorado ideario sobre la revolución cubana, llegó a La Habana la actriz e instructora teatral mexicana Martha Eugenia Chávez Vélez.
Traía la ingenua pretensión de llevar a escena el monólogo “Sordina de Veleta”, del dramaturgo y director Edgar Estaco, cuyo texto aborda el conflictivo tema de la migración y sus consecuencias específicas en la mujer.
La artista, ajena a la censura castrista, aspiraba a abrir una mesa de diálogo después de cada función, donde el espectador pudiese compartir sus reflexiones.
Pero pronto aprendió por qué el máximo órgano de justicia estadounidense se había negado a revisar recientemente la ley, emitida en el 2006, que prohíbe a las escuelas y universidades públicas floridanas malgastar el dinero de los contribuyentes en viajes a la Isla.
Tras cursar un taller veraniego de acercamiento a la dramaturgia, ofrecido en la Universidad Autónoma de Coahuila, por el dramaturgo cubano Edgar Estaco, Martha había sido invitada por la compañía Teatro del Círculo de La Habana, a compartir tres meses con ellos, con el fin de realizar el montaje de la obra.
Martha es una artista humilde, que ama el arte por encima del dinero. Para financiar su empresa, acudió al patrocinio del Programa Estatal para la Cultura y el Desarrollo Artístico. Así recibió lo básico para cubrir su alimentación, desplazamientos y solventar un espacio facilitado por la compañía cubana en el remoto barrio de Santa Fe.
Pero algo disparó la alarma “antiimperialista” entre los paranoides comisarios culturales castrenses. Tal vez el hecho de que Martha sea oriunda de la ciudad Torreón, demasiado cerca del norte revuelto y brutal; o el título de licenciada en Comunicación por la Universidad Iberoamericana, Plantel Laguna; o su conducción del programa “A Escena”, en Radio Torreón 96.3 FM, dedicado a la reflexión y promoción de las artes escénicas; o su idealista intención de proponerle a los cubanos la libertad de opinión sobre un tema político; o la ambición de transmitir después a su comunidad las experiencias vividas en Cuba y además representarlas con su grupo Reliquia Teatro, en su sede del Teatro Nazas. Lo cierto es que por algo de esto, o por todo a la vez, se disparó la alarma. Y ahí comenzó la Odisea para la mexicana.
A la semana de haber llegado, se topó con el dilema de que sus tarjetas de crédito no funcionaban en Cuba. Su familia tuvo que enviarle algún efectivo para supervivir, apretadamente. Recorrió a pie casi toda La Habana, entre un ensayo y otro. Los funcionarios del Ministerio de Cultura y los de emigración se turnaron para jugar al tlachtli con ella. Sólo que en este peloteo poscolombino, lo que estaba en juego era la categoría del visado de la joven, excusa que finalmente usaron para pedirle que abandonara la Isla.
Increíblemente, los burócratas pretextaron que el director de la compañía no había realizado bien los trámites para invitar a Martha a La Habana. Le hicieron gastar una fortuna en sellos timbrados para uso oficial, cuyo importe no le fue devuelto. Y al final, tuvo que retirarse sin culminar su proyecto y sin poder presentarse en la escena cubana.