LA HABANA, Cuba, octubre, www.cubanet.org -Recientemente regresó de la República Popular de Angola, como cooperante, una funcionaria que todavía no sale de su asombro mientras cuenta su historia. La llamaré Mireya, puesto que me ha pedido no revelar su verdadero nombre.
Tiene cincuenta años. Treinta y dos lo ha entregado a la revolución socialista. Ella sí que interiorizó al “hombre nuevo” preconizado por el Che; a los veintitrés años ya ostentaba la doble militancia, de la juventud y del partido. Era seria, profunda, entregada a su trabajo y al partido por encima de todo.
Transitó de inspectora de calidad de la empresa municipal de la harina en Guantánamo, hasta la Dirección Nacional de la Cadena del Pan, en La Habana. En las inspecciones, los administradores y los obreros le temían. A través de los años había aprendido a descubrir donde estaba escondido el problema y siempre hallaba violaciones y delitos en el cumplimiento de las cartas tecnológicas.
Le temían también los choferes, decían que “parecía un general”. Y hasta el Consejo de Dirección la respetaba. Además de ser una excelente profesional, era la secretaria del núcleo del partido.
Fue seleccionada para asesorar al Ministerio de la Alimentación de Angola para el área del pan, según constaba en un convenio firmado por ambos países en el 2002. Mireya tuvo la tarea de implantar las cartas tecnológicas cubanas en el lejano suelo africano. Durante tres años, organizó el trabajo en siete provincias de Angola y en la capital, Luanda.
Estaba bajo un contrato de la firma cubana ANTEX. SA, con un empleador que pagaba seis mil mensual por su trabajo, pero solo le correspondían seiscientos, de los que percibía nada más que ciento sesenta. La otra parte iba al fondo del contrato, otra para “Cuba sí” (destinado a los damnificados del huracán Sandy), y cuarenta de alimentos. Durante su misión le habían nacido dos nietas y estaba loca por conocerlas, para ahorrar dinero y traerlo a Cuba se saltaba la comida de la noche.
“En Angola se vive el capitalismo”, dice Mireya. “Los generales son los millonarios y llevan los negocios, pero hay funcionarios que dan la cara. Al finalizar la misión, el empleador nos otorga el derecho de llevarnos a Cuba lo que nos va suministrando para acomodar la vivienda: efectos eléctricos y muebles. Además, según estipula el contrato con ANTEX, los cooperantes, al regresar a la patria, tenemos derecho a la compra de un auto”.
Pero cuando Mireya llegó al aeropuerto José Martí, dice que se encontró con un capitalismo peor que el angolano. Los oficiales de Aduana le exigieron que para entrar el menaje, debía pagarlo como si lo hubiera comprado allá, una enormidad de dinero que la dejó atónita. Argumentó que ya le había pagado el menaje a ANTEX, pero los oficiales de la Aduana respondieron que aquel era otro pago, este uno diferente. Y Mireya, loca por llegar a su casa y conocer a sus nietas, pagó de muy mal humor.
Ya en casa, con sus nietas en brazos, dice que los asombros no acaban. Se encontró con que había perdido su cargo, la ley estipula solo hasta dos años y un día, y tiene que empezar de cero.
Y cuando fue con la carta a comprar el auto, le dijeron que había un atraso con los cooperantes más viejos, de dos años. Y debía depositar el dinero en el banco y esperar su turno. Y no podía tocarlo, porque perdía el “derecho al auto”.
Ahora Mireya, sin trabajo, sin dinero y sin auto, me autoriza que escriba su historia. Que todo el mundo sepa que tres años en Angola no son fáciles.