Desde hace décadas, el remedio más socorrido del gobierno, para eliminar las huellas de los derrumbes habaneros, es llenar el espacio con un parque. Así sucedió con el sitio donde hubo un inmueble cuyo desmoronamiento provocó la muerte de tres jóvenes.
En la esquina de las calles Infanta y Salud había un edificio inhabitable, por el mal estado en que se mantuvo durante muchos años. Pero ningún organismo estatal se preocupó por repararlo. Hasta que se vino abajo.
La mayoría de los inmuebles del municipio Centro Habana presentan un estado constructivo entre regular a pésimo. Sus moradores continúan habitándolos por el momento, en muchos casos con riesgo para sus vidas.
En la actualidad, con las leyes de compra-venta de viviendas, y con la puesta en marcha de planes para financiar reparaciones entre personas de bajos recursos, los problemas acumulados a lo largo de tantos años los han pasado, como papa caliente, a los habitantes de los edificios.
Así que apostar por la mala memoria de la gente, construyendo parques en los espacios que antes fueron edificios en ruinas, es la salida más fácil, y es recurso idóneo para darle un barato maquillaje al rostro de una ciudad que se cae a pedazos.
La falta de mantenimiento en la mayoría de los inmuebles, ubicados en diferentes municipios capitalinos, afecta a cientos de miles de familias, que no duermen en paz, temiendo lo peor, ni pueden asegurar el futuro hábitat de sus generaciones más jóvenes.
Si en los espacios desocupados por inmuebles derruidos se reconstruyeran viviendas para los antiguos habitantes, el asunto tomaría un cariz distinto, pero lamentablemente no es el caso.
En una abrumadora mayoría, los moradores salidos de un edifico en ruinas van a parar a albergues de tránsito, aunque la palabra “tránsito” no posea ya la significación de provisionalidad, porque allí pueden pasar largos años sin que se les asigne el derecho a una nueva vivienda.
Carmita vivió en un apartamento de un edificio de la calle San Rafael, en Centro Habana, desde que nació. Pero un día, el derrumbe de la sección trasera obligó a sus habitantes a irse a vivir a un albergue, en Párraga, un suburbio alejado del centro de la capital. Por ese barrio la encontré un día, cuando fui a la iglesia de Santa Bárbara, y me contó de su desgracia al vivir tan distante de los lugares donde quedaron sus recuerdos y sus amistades de toda la vida. Casos así se enumeran por miles.
De esta manera, el rostro de La Habana se recompone a duras penas y también la suerte de sus habitantes, quienes no entienden que sea más beneficioso tener un parquecito más, cuando tanta falta hace la edificación de nuevas viviendas en los espacios limpios ya de ruinas.