MANZANILLO, Cuba, junio (173.203.82.38) – Isidoro estaba borracho. Arrastraba sus viejas y destartaladas botas, mientras, con su rostro sin afeitar, entonaba una canción que, para la hora y su estado, sonaba bien. De pronto vio algo extraño que se movía frente a él, en la calle que desemboca en el mar. Sí, era un barco de metal, de aproximadamente veinte pies de eslora arrastrado por un camión y varios hombres que trataban de mantener su equilibrio, amparados en la oscuridad de la noche. Entonces Isidoro comprendió que era verdad el comentario de la gente de una fuga marítima.
Una semana antes, en horas de la mañana, al puesto de Guardafronteras del puerto de Manzanillo llegó un chivatazo. Se preparaba un escape y para ejecutarlo se reunía logística, tripulación y viajeros. De inmediato se alertó a la policía y al delegado de la circunscripción cercana a la costa.
Cuando la policía política se comunicó con el delegado, el hombre dijo que desconocía el movimiento y afirmó que estaría en alerta para atajarlo. Pero los ojos no engañaban a Isidoro. El delegado era el que dirigía la maniobra para echar el bote al agua. El delegado, un chivato de tiempo completo, se iba. ¿Quién más se largaba con él? Nada menos que el jefe del sector de la policía y también el director económico de una empresa.
Al identificar al borracho, que de inmediato recobró la cordura, los comprometidos lo invitaron a sumarse a la empresa. Pero el hombre se negó. ¿Y si lo tiraban al mar? ¡Qué va! Él no se iba. Lo invitaron de nuevo y respondió.
-Deja deja, que yo estoy bien aquí.
Y aprovecho la oscuridad para escurrirse por la carretera que bordea el litoral, mientras el bote entraba en el agua y era abordado por los viajeros.
Más tarde se supo que el bote fue construido dentro de la casa del delegado del Poder Popular, miembro destacado del partido comunista en su comunidad. Utilizaron planchas de acero y el suficiente ingenio como para llegar a la isla Roatán, en el Golfo de Honduras, donde se hundió el barco y perdieron la vida algunos de los pasajeros. Las noticias del hundimiento llegaron rápido a Manzanillo.
Tiempo después, los sobrevivientes viajaron a Estados Unidos, y el bote fue bautizado en el pueblo como “el Titanic”.