LA HABANA, Cuba, junio (173.203.82.38) – Los cuentapropistas habaneros no saben competir. Nunca aprendieron. Apenas les fue impartida la emulación, mediante un sistema basado en la apariencia, con alguna dosis de carisma personal, donde el premio suele ir a las manos de quien mejor se las apañe para ser propuesto como el que más trabaja y con mayor espíritu de sacrificio. Si después, en la práctica, ocurre que el ganador de la emulación resulta igual de improductivo que el resto, la culpa no ha sido suya, sino de los papeles, que aguantan todo le que escriban en ellos.
Entre la emulación y la competencia se interpone un abismo llamado realidad. El arte de conservar el equilibrio sobre ese abismo es precisamente lo que nuestros paisanos arrastran como una asignatura pendiente desde hace medio siglo.
Nos enseñaron que la emulación consiste en que todos hagamos más de lo mismo, según orientaciones de arriba, actuando con un patrón único, y rehuyendo como un riesgo la iniciativa individual. En tanto, los de arriba nos imponían otra variante, de su uso exclusivo, basada en el arrollador monopolio del poder.
La desorientación que nuestros cuentapropistas proyectan hoy por toda estrategia comercial es un engendro incubado con lo peor de ambas enseñanzas.
Hace un par de semanas, en las calles Tulipán y Estancia, del barrio habanero de Nuevo Vedado, apareció como caída del cielo una vendedora de empanadas infladas. Durante decenios no habíamos vuelto a comer esa golosina, increíblemente sencilla de elaborar y a muy bajo costo: minucia de harina, pizca de aceite y un milímetro cúbico de mermelada para darle el toque de gracia.
Huelga aclarar que aquella vendedora de empanadas infladas causó sensación. Vendía cientos en un corto rato. Entonces pasó lo que tenía que pasar. Comenzaron a florecer silvestres como verdolaga los vendedores de empanadas infladas, no en otras calles ni en otros municipios, sino en la misma esquina de Tulipán y Estancia, junto a la vendedora original, rodeándola, sitiándola, beneficiándose en forma facilona y oportunista de la clientela creada por ella.
Hoy, claro, sobran en aquel sitio los vendedores de empanadas. La vendedora original ha visto mermar drásticamente sus ventas. En tanto, disminuye en general la demanda, pues los vecinos y transeúntes están ya hasta el pelo de esta golosina.
Así es como funcionan las cosas entre nuestros cuentapropistas. Sean vendedores de chucherías o de servicios o de productos del agro, toda competencia entre ellos está fundamentada en el mínimo esfuerzo y en la máxima cañona contra el competidor. Siempre que el competidor no sea el régimen, quien, como campeón perpetuo y absoluto de la emulación, igual los borra de un plumazo que les arrebata la clientela a la brava, sin derecho a réplica.
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