GUANTÁNAMO, Cuba, diciembre, www.cubanet.org -Hace unos años tuve la oportunidad de leer Genio y figura de Ernesto Sábato, un libro de María Angélica Correa. Me impactaron la lucidez del autor de las novelas Sobre héroes y tumbas y El túnel y también su opinión de que el intelectual está obligado a que su obra resulte congruente con su existencia, y viceversa. Sólo así puede ser un francotirador, otra expresión de Sábato para definir a los intelectuales que, identificados o no con los grupos de poder, son capaces de elevarse sobre sus concordancias o disidencias para advertir sobre sucesos e ideas, que de no ser atajados a tiempo devienen injusticias consuetudinarias.
En un encuentro provincial de talleres literarios realizado en los años setenta, en el hotel Rancho Luna, de Cienfuegos, ante el aire rasputiniano de David Buzzi, varios escritores, entonces muy jóvenes, defendimos esa idea sin conocer su génesis. Nunca olvidaré el salto en el asiento de quien ya era el cacique del movimiento literario de aficionados ni su furibunda respuesta. En la década más estalinista de nuestra cultura, aquella opinión era una herejía, merecedora de una contundente réplica, con el consiguiente palmacristi intelectual, como ocurrió con quienes nos atrevimos a hablar de esa forma.
Eran los tiempos de la política acordada por el tristemente célebre Congreso de Educación y Cultura de 1971, que dio origen al pavonato y sentó el precedente de lo que debía ser un intelectual “políticamente correcto”. No se trataba de algo novedoso, pues los comunistas infiltrados dentro del ejército rebelde lo habían intentado desde los primeros años de la década de los sesenta, pero contra ese sueño estalinista de control sobre la intelectualidad habían conspirado las revelaciones de los crímenes de Stalin, el fortalecimiento de una izquierda democrática en Europa occidental y su influjo en nuestro país, la invasión de la URSS contra Checoslovaquia , lo ocurrido alrededor del poemario Fuera de juego (Padilla) y la obra de teatro Los siete contra Tebas (Arrufat) y, sobre todo, los postulados genuinamente democráticos que sostuvieron la lucha en contra de la dictadura de Batista.
Defenestrados Heberto Padilla, Antón Arrufat y otros intelectuales, el tan ansiado control sobre la cultura se hizo realidad. Uno de los primeros intelectuales en advertir ese peligro fue Virgilio Piñera cuand,o en la Biblioteca Nacional, en aquellas jornadas que luego fueron conocidas como las de Palabras a los intelectuales, expuso su preocupación ante Fidel Castro. La vida confirmó que fue un adelantado, pero también que los dictámenes emanados de los mandamases de una cultura hegemónica e intolerante se aplicarían hasta a conspicuos intelectuales como él, a pesar de la manifiesta fidelidad que, según algunos estudiosos de su vida y obra, le prodigó al gobierno del caudillo.
Después de 1959, el intelectual “correcto” no ha sido, ni es, el que alcanza mayores logros estéticos con su obra, sino el que de inequívocamente expresa su apoyo a los ucases que dictan quienes dirigen lo que un día fue una revolución esperanzadora, y hoy no es más que el rastro baldío de la traición a sus postulados democráticos y a miles de jóvenes que murieron peleando por esos ideales.
Algunas de las características esenciales de estos intelectuales “correctos” son la carencia de pensamiento propio o, de tenerlo, su tendencia a encubrirlo, a simular y adoptar una actuación ovejuna; la incondicionalidad al régimen, el apego miserable a las prebendas que les ofrecen, su silencio ante actos notoriamente injustos, su entusiasmo en la ejecución del papel de correveidiles ante las autoridades, y su disposición a convertirse en replicadores del oficialismo.
A veces, su deseo por demostrar una incondicionalidad absoluta los lleva al ridículo, como le ocurrió hace unos meses al Sr. Percy Alvarado, un guatemalteco agente de la Seguridad del Estado cubana (policía política), quien arremetió contra varios intelectuales cubanos, entre ellos Reyna María Rodríguez, endilgándoles los epítetos más variados a la usanza del oficialismo más soez.
Pero el señor Alvarado fue por lana y salió trasquilado: Miguel Barnet, actual presidente de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC), le respondió de forma contundente, algo que no dejó de sorprender a muchos, pues cuando ocurrió la arremetida mediática contra Pablo Milanés, por sus declaraciones en Miami, la dirección de la UNEAC guardó silencio ante el coro de los intelectuales “correctos” que manifestaron su iracundia en los medios oficialistas. Igual ocurrió ante los casos de Pedro Pablo Oliva, Ángel Santiesteban (actualmente en prisión por una causa de violencia doméstica que él niega) y el más reciente de Robertico Carcassés.
Estos intelectuales “correctos”- que también califico de porcelana, dada la fragilidad de su comportamiento ético- no son un patrimonio exclusivo de la capital, sino que se han extendido por todo el país. Levantan sus voces a favor de la libertad de los cuatro espías cubanos presos en los EUA, pero jamás se pronuncian por las detenciones ilegales que cotidianamente ocurren en Cuba, ni por la libertad de los presos de conciencia que permanecen en las cárceles , ni manifiestan verdadero pavor cuando se les habla de ejecutar cualquier iniciativa que se aparte de la línea del estado.
Jamás se han pronunciado sobre la situación de Ángel Santiesteban, ni contra el ostracismo al que han sido relegados otros intelectuales cubanos, el mismo que antes se ejerció en contra de Lezama Lima, Virgilio Piñera y Dulce María Loynaz.
Asentados fuertemente en las sinecuras del poder y publicados hasta el cansancio, ejercen disciplinadamente su rol de ovejas y favorecen únicamente a quienes jamás levantarán la más mínima ventolera provinciana. En este tiempo al que llamarán infame, sus nombres y sus vidas sólo inspiran desprecio, quizás lástima.