LA HABANA, Cuba, julio, 173.203.82.38 -Según muestra la Historia, Estados Unidos ha sido el único país del mundo que se ha preocupado realmente siempre que el pueblo cubano afrontó graves problemas con su sobrevivencia. Gracias a su ayuda militar y política, terminó el derramamiento de sangre en la guerra contra España, en el siglo XIX. También le debemos a Estados Unidos que, en 1958, los cubanos no siguieran matándose en una guerra fratricida, al suprimir el envío de armas al gobierno de Fulgencio Batista. Aún así, el gigante del Norte ha sido acusado en múltiples ocasiones de entrometerse en los asuntos internos de Cuba.
Un mes antes de que Batista abandonara el país, en diciembre de 1958, en el penthouse de la Embajada estadounidense en La Habana, políticos del régimen, opositores y diplomáticos se reunían con el embajador, Earl Smith, en busca de una solución para lograr al fin la paz en Cuba.
Batista había gobernado a su antojo durante casi siete años. El pueblo cubano se encontraba ante un callejón sin salida para lograr una solución al caos político imperante en el país.
José Luis Padrón y Luis Adrián Betancourt, investigadores oficialistas que escribieron el libro Batista, últimos días en el poder, publicado por la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, en 2008, ofrecen una valiosa información sobre lo que pensaban los funcionarios de la Embajada de Estados Unidos en La Habana y cómo contribuyeron a que Batista dejara el poder.
Conocer la historia de esos días arroja más luz sobre aquellos lejanos tejemanejes, todavía ignorados por unos y mal interpretados por otros.
Analistas políticos cubanos de la época, como Jorge García Montes, senador y ex primer ministro, además de viejos empresarios, habían alertado en más de una ocasión al señor Smith sobre la gran posibilidad de que Fidel Castro, su hermano Raúl y otros líderes guerrilleros planearan imponer un régimen comunista en la isla.
Tal vez por esa razón, Smith recibió en noviembre, desde Washington, el Despacho 292, donde se le recomendaba a Batista que se marchara del país, y se sugería que la mejor solución era que el nuevo gobierno de Rivero Agüero fuera aprobado por el pueblo y por la oposición no armada, compuesta por organizaciones pro-castristas.
Pero del Despacho 292 nada se supo hasta mucho tiempo después. Las elecciones de Rivero Agüero resultaron fraudulentas, y Earl Smith no pudo cumplir con lo orientado. En cambio, sí se divulgó que Estados Unidos había cancelado definitivamente toda ayuda al ejército del régimen desde meses antes, algo que contribuyó grandemente a que los militares se sintieran desamparados y muchos comenzaran a desertar y a negarse a combatir.
La razón que tuvo el embajador para esperar por los acontecimientos y no crear un conflicto con la divulgación del Despacho recibido, fue evitar mayores problemas. Batista no hubiera admitido acuerdo alguno donde se incluyera a Fidel Castro. Y éste, al frente de las organizaciones opositoras, tampoco hubiera aceptado un relevo de Batista, y mucho menos un gobierno donde él no figurara como jefe absoluto.
Smith, que no era un diplomático de carrera, sino un político con experiencia, vislumbró de antemano los negros nubarrones que se formaban en el cielo cubano, presagiando una diabólica tormenta, algo que ni su gobierno ni él hubieran podido evitar con el Despacho 292. También afuera las voces populares lo decían: ¨Esto no lo arregla ni los americanos¨.
Aquel diplomático de clara inteligencia no sería tomado por sorpresa, días después, cuando fue llamado a Washington y, desde su casa, en enero de 1959, pudo interpretar el trasfondo maquiavélico de los primeros discursos de Fidel Castro. Pudo saber también que, bajo el nuevo régimen, en aquella alegre y moderna capital habanera, que bajo la dictadura de Batista jamás pareció la ciudad de un país en guerra, seguiría derramándose la sangre cubana y comenzaba a derrumbase la economía del país.